Perdón.
Esta noche, el cielo negro se ha dejado dibujar una luna como con dos finísimos cuernos; al poco, la oscuridad se ha completado.
Hemos cenado al aire que refresca los treinta y tantos grados de la tarde. La brisa árida al menos también es brisa. La conversación evade; pero más evade el pensamiento.
Perdón.
El ruido del agua domesticada me traslada al agua de la mar inacabable y al ansia de huida africana. Siento que sobre alguna patera nacen los murmullos que mezclan sabiamente recuerdos y anhelos. Los golpes de las olitas dulces empujan al sueño.
Esta noche no descanso en la cama, he decidido dormir a la cómoda intemperie. Dispongo las colchonetas del balancín que también hace de sofá y me arrullo con los imaginados golpecitos de agua que endulzan las sufridas maderas de la barca finita.
Perdón; pero así no tengo miedo. Imagino que el balanceo artificial debe ser parecido al de la fragilidad de la patera. Allí, el diverso grupo humano sacude sus miedos mezclando con cuentos africanos sueños europeos. El mar tiene su brisa hostigante y repleta de sales, y al decir del que piensan que sabe, indica que la barcaza sigue acercándose a la costa.
A ver si estos dioses inundan de suerte a los atrevidos, aunque yo esta noche no pueda conciliar el sueño.
Goyo
23-ago-12