Verdad y dignidad

 

Cuando yo a mis alumnos les invitaba a pensar, para que entre el grupo-social-clase compusiésemos conocimiento compartido, les invitaba a pensar sobre si pudiera ser cierto que no existiera la sinonimia perfecta; llegábamos a la conclusión no sólo de que la propuesta era verdadera y cierta, sino que nos reconocíamos en la satisfacción de haber alcanzado lo perseguido.

 

Una asentada mocita era incapaz de contener su propia emoción cuando descubrió la tremenda distancia que existe entre las palabras “cansada” y “fatigada”. Era la época de los Pokemon, y supo bien claro ejemplificar cómo el reiterado ejercicio limita la ejecución del trabajo, y aparece el cansancio, y de cómo, sin necesidad de ejercicio, la maquinaria disponible puede mostrarse incapaz de iniciar los trabajos por que ya está definida la fatiga: Cansancio puede evolucionar a fatiga; pero no al revés. Si ustedes no logran percibir la diferencia, seguro que la causa está en que ya dejaron atrás la época del cerebro abierto; que no pasa nada, que en cerebro cerrado no entra basura.

 

Mis alumnos solían tener la edad que media entre los once y los catorce años, que decimos algunos que tal segmento de edad ocupa el imperio de los aprendizajes lógicos más objetivos y significativos y que fijan las raíces más profundas para posteriores ejercicios de captación y reserva de verdades. Quizá por el uso continuado del embrujo afectivo e intelectual de la preadolescencia, yo me haya contaminado y corra el riesgo de presentar ñoñerías de niñato con la misma evidencia a como se presenta la silicosis en algunos gobernantes.

 

Bien.

 

O mal,… el caso es que ayer presencié batalla dialéctica entre defensores de la limpia de trabajadores de diversos medios de comunicación pública de radio y televisión, y defensores de la renovación de trabajadores al modo y ajuste de lo que habían recibido las urnas; estos segundos, aireaban que no eran periodistas los cesados, sino que como habían entrado como políticos, no podrían exigir seguir como periodistas. Ustedes sabrán que en la boca de los profesionales de los mensajes públicos suele encontrarse un ejército oculto de medias verdades, entre las que convendría explicar ahora mismo el porqué el resultado parcial y político de las urnas convierte a los nuevos contratados en profesionales imparciales periodistas no políticos.

 

La dignidad, que no es sinónimo de nobleza, es la condición autónoma de valor social construido sobre la persona que se ha comportado como los reyes absolutos decían que debían comportarse los nobles obedientes. La dignidad no se deposita en la persona digna, sino que está y permanece tan sólo en el reservorio afectivo de los que pueden aplicarla; por eso, con tan sólo que nuestro ambiente próximo retire su consideración positiva hacia nosotros, nuestra dignidad se diluye y es sustituida por un espectro de banda ancha que media entre el desprecio y la pena. Pero otra de las características de la dignidad es que se puede alcanzar en el ejercicio puro de la contradicción: el noble obediente, a su vez podría comportarse como autoridad absoluta y alumbrar su imperio con pernadas un tanto bendecidas y consentidas.

 

Hoy he escrito un twit –un gorjeo de ave cantora-:“Ya el problema no es la verdad ni dónde debe refugiarse; el problema será cómo soportar la duda y la ausencia.” Me parece una verdad digna porque me ha predispuesto a creer que los nuevos profesionales de la voz, los nuevos transportistas del mensaje, van ejercitarlo sin matiz político y tan solo con nervio periodístico. Esta incómoda verdad, es tan indescifrable, que bien puede manejarse como mentira descifrada.

 

Sobre qué se debe hacer para evitar la verdad redonda y monolítica que viene rodando, es tarea diversa y combativa. A mí lo primero que me apetece es pedir perdón por las obras y pensamientos que han molestado a mi gente prójima, a los que yo creía que el inalcanzable Estado del Bienestar se convertiría en el estado absoluto que nos facilitaría la nobleza sin necesidad de título, castillos o herencias. Ah! A resultas de las nuevas creencias, el uso de la herencia nos quiere dejar como príncipes desnudos y se relamen los bienes de manera privada sin posibilidad de control público.

 

Así no es posible pacto noble para trabajar contra el ejército de la crisis, que tiene en sus filas a mucha tropa dirigente: han de entregarse todas las armas, unificarse y pedirnos perdón. Yo lo vuelvo a pedir por segunda vez.

 

Quizá así se inicie el despegue ilusionado que rescate ala Políticade los campos del desprecio o de la pena.

Goyo

18-jul-12

 

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