Historia de la calle para salir a la calle.

 

En un principio solo habría una casa, que como no existía entonces registro de la propiedad intelectual, los inmediatos pudieron imitar su construcción sin necesidad de estudio arquitectónico o urbanístico. Allí fue donde pudo nacer el primer urbanismo y la primera agresión medioambiental; pues la construcción de una casa es artificio que desequilibra profundamente la naturaleza del lugar que ocupa.

 

Arar los campos, rotar los cultivos, ejercer el pastoreo, recoger leña,… son actividades humanas que facilitan la persistencia y prevalencia de los humanos con respecto al resto de la fauna y a toda la flora. Incluso fijándose en lo inerte, el hombre asignó valor supremo al metal amarillo y despreció al humilde abundante polvo, al empachoso barro o a las duras piedras. Como comprobarán, estas reflexiones son tan tontas que no hay banco que se esmere en concederle valor de cambio ni parentesco de riesgo.

 

Luego la calle no es solamente el lugar donde no puede haber casas –así al menos sigue siendo hasta ahora- sino el lugar donde las casas y sus habitantes adquieren ejercicio y cordura social. Sobre la calle hay muchos acuerdos sociales: hábito en el sentido de la marcha, libertad de tránsito y regulación de preferencias, limitación de ruidos en fijadas horas, oportunidad o limitación de uso privado del espacio público,… La calle es ya el refugio de las casas, el espejo de los vecinos y el complejo altavoz de las complejas vivencias.

 

Como somos los humanos tan enmarañados, grupos diversos de sabios generosos defendieron y dispusieron el uso dela Democraciafrente a las tendencias declaradas de otros sabios más preocupados por el absolutismo de sus intereses, porque éstos fueran abonados a su dictado. Así que existió el tiempo donde las mujeres y los hombres entendieron que lo menos malo nunca estaría en casa de los prepotentes y dictadores y que, posiblemente, se erradicarían muchos egoísmos aplicando recortes y ajustes a las voluntades exclusivas de los poderosos y dirigentes.

 

La simpleza de alinear dos hileras de casas dio como resultado la calle, que para que quedara tranquila de mercaderes, voceros y gobernantes, se inventaron los mercados, los periódicos y los congresos. Ahora mismo no me entran ganas de explicar cómo funcionan los mercados, cómo utilizan la información los periódicos y cómo gobiernan los congresistas.

 

Lo que me apetece explicar es cómo yo percibo el uso intranquilo que la calle recibe de sus propietarios: no la están usando para mero trasiego, sino para sustituir a personas y colectivos que hasta hace bien poco elevaban el sentimiento popular a las esferas de los gobiernos; la están utilizando para resumir en voz alta y aguda el asqueroso manejo de lo que se conoce y se calla; la están utilizando para vomitar sobre la moral bancaria y su imposición de la usura bendecida, la utilizan para abonar la desconfianza hacia muchos de nuestros representantes políticos.

 

Por eso hay que salir a pisar la calle, para que la casa del banquero tiemble de dudas, los mass-media ejerciten el rigor molesto que da lo verdadero y la casa del gobernante sepa resistir el seísmo; porque en ésta última se encuentra el epicentro del terremoto. Si los que quieren gobernar bien salen a la calle, es posible que la calle ayude a gobernarse mejor.

 

Al fin debe ser una alegría constatar que la calle vocinglera mueve a los anodinos parlamentos, corrige a los potentados y anima a las verdades plenas.

 

Al final, sólo nos queda la calle, almacén de sueños aún no robados por los banqueros, no traicionados por los gobernantes y no callados por el periodismo de falsas lentejas.

 

¡Viva la calle! Porque sólo siente pena por sus indigentes.

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