Mentir

 

Suelo escribir cada quince días sobre una duda de las muchas que se me presentan.

Es cada vez más fácil encontrarme con el espíritu de la incertidumbre o con la carne de la complejidad. Cada vez se reinsiste en cada vez, así que gracias a mi entrenamiento supero la angustia del no saber aunque sufra el martirio de la ignorancia.

Pero en la ocasión de hoy me encuentro frente a una certeza que me gustaría calificarla de primaveral aunque estemos a borde del otoño: me encuentro mentiras por todas partes.

No son las mentiras amorosas que embadurnan el buen ánimo, ni las invenciones infantiles que desean ajustar lo real a lo imaginado, ni los embustes piadosos que difuminan las verdades crueles,… no.

Son ahora decisiones estudiadas a ser mentiras. Provienen de las instancias y de las gentes que esperamos tengan las más respetuosas personas, provienen de los elegidos, de los premiados, de los privilegiados,…


Como ejemplo mucho más atroz que los mensajes que pueden edificarse a partir de las imágenes que anticipan a estas palabras, quiero mostrar la esencia que ya ilumina cualquier debate ideológico: en Noruega, una de las naciones dotadas de una sociedad brillante, ha triunfado la semana pasada el partido político que proclamaba sin tapujos el principio: «Menos impuestos, más bienestar«. Dicho y abanderado allí donde, desde hace medio siglo, se fijó la esencia del bienestar a base del rigor impositivo. Que tal mensaje cultive a ciertas masas del alegre mediterráneo,  no repugna con las experiencias históricas; pero que triunfe allá en el frío Mar del Norte, me hace pensar como si fuera verdad-verdad que el proceso del cambio climático es parejo al del cambio ideológico y éste se acerca peligrosamente a los polos.
Salen al exterior los embustes con arrojo y descaro porque huelen la impunidad, incluso emergen los aplausos que los protegen.
Son como ratas. Los humanos son como ratas: los unos devorando lo ajeno y los otros huyendo del barco que se hunde.
O mejor: quizá las ratas aprendieron de los humanos.
Goyo
11-sep-2013
Aniversario de muchas cosas

 

Gate

JAssange

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Decía días atrás a mi peña del Twitter, que eso del «gate» ya lo utilizaban en mi pueblo hace muchos años, que era un redondelito en la parte baja de las puertas humildes por donde se concebía y permitía el tránsito libre de los gatos: una gatera. Lo que pasa es que los ingleses tomaron el palabrito y, sin saber lo que es apócope, escribieron tan solo las cuatro primeras letras.

Pues resulta que, cuando por motivos de celos de gatas o visitas indeseadas, la gente tapaba las gateras, los misinos descifraban las claves del escape y creaban rutas alternativas.

Sobre si este panorama informativo que florece con el cablegate inaugura o no una nueva época (menos dura y ruda?) es cuestión poco discutible para los que pensamos que todo lo que se avecina es casi lo mismo que acabó yénsose. Algo así como la tensión big-bang/big-crunch. Quienes permitían el libre ajetreo de gatas y gatos, habrá que decirles que eran muy liberales.

De lo que sí estoy seguro es que si se reestructura el bienestar al modo liberal falsario, como defiende ahora y luego el señor Aznar, vuelve a poner en reflexión una tensión descriptible es pocos términos: «el estado de bienestar es el que provoca malestar en los poderosos«. Esta frase se la di una vez escrita en una notita al ilustre Manuel Marín y me sonrió,… sin llegar a decir ni «dura» ni «ruda».

No hace falta aclarar que por la gatera también entraban gatos extraños, por muy populares que tuviesen las apariencias.

Goyo
07-dic-10