Triduum versus Quatriduum

Cinco décadas atrás, toda nuestra cultura de ocio/negocio, -o de trabajo/descanso si se prefiere-, se asentaba sobre una concepción organizativa del tiempo marcada por un ritmo que era imitación del proceso creador narrado en el Génesis: se ha de trabajar durante seis días y dedicar el séptimo a oficios religiosos y al descanso.

Sin apenas darnos cuenta, la sociedad ha ido consintiendo y protegiendo significativas reducciones del tiempo destinado al trabajo remunerado según normativa laboral. Y no solo en referencia a los días de la semana, también a la reducción de horas de trabajo al día. Nótese que la capacidad de tiempo de ocio aumenta debido también a la ampliación del número de días que al año se dotan de vacación remunerada.

Las consecuencias de estos cambios tienen para mí un alcance social de extraordinaria relevancia tanto en las personas consideradas individualmente, como en los colectivos que de manera natural se conforman, en las administraciones públicas que regulan los servicios ciudadanos y en la economía nueva que comienza a despertar. Yo tengo una amiga que sólo trabaja viernes, sábados y domingos; ya es habitual el establecimiento de la turnicidad en las producciones fabriles o en la obras públicas que requieren definida urgencia, cada vez son más los servicios que se exigen con un funcionamiento más extenso de las clásicas “ocho horas”,… así encontramos numerosos ejemplos que establecen y apuntan hacia una nueva concepción del horario del trabajo y del horario del ocio y de cómo organizar ambos.

Esta brevísima descripción expresada en los tres párrafos anteriores hubiese requerido un análisis más pausado, extenso y argumentado; pero a lo que nos debe servir, amigos de la blogosfera, debe ser suficiente para iniciar un campo reflexivo de avanzadilla. Los ciudadanos de la Europa Occidental, casi sin darnos cuenta, hemos ido construyendo un tiempo radicalmente distinto a las concepciones de las culturas monoteístas de Oriente Próximo.

Existe ya una marcada tendencia a dividir la semana en dos porciones diferenciadas: cuatro días para el trabajo remunerado y tres días para el ocio profuso. Y además, para que este nuevo ritmo no atosigue en exceso, conviene romperlo de vez en cuando con festividades no necesariamente ligadas al ámbito religioso a la vez que conviene el mantenimiento de aquellas celebraciones religiosas que añaden también arritmia laboral: los “puentes” se constituyen entonces como elemento sustantivo, una especie de extrasístole benigna para el descanso de unos y el trabajo de otros.

Si a esta breve presentación de lo que considero que son nuevas tendencias sociolaborales, le sumamos las nuevas tendencias demográficas, podemos tener elementos suficientes y atractivos como para iniciar un debate de lo que parecen indicar los deseos colectivos.

Eso no podrá ser bien iniciado hasta que en el próximo post haya presentado mis hipótesis demográficas.

Juguemos al futuro para merecerlo.

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