Casi tengo una edad que pesa casi tres cuartos de siglo, que me acompaña con el hábito periódico y circular de atender y disfrutar de un huerto diverso y ajustado, que repite sus frutos con aciertos dispares, apetecibles y gozosamente naturales.
En plena primavera, al uso de mi escasa cultura de labriego, dispongo para que la madre Tierra me devuelva tomates, pimientos, berenjenas, guindillas, calabacines y calabazas. Esto es, que a lo largo del verano, el huerto provoque y satisfaga nuestras suculentas ensaladas, a las que se pueden añadir los frutos de la cuidada arboleda: higos, manzanas, peras y moras belgas.
Así que llega el molesto periodo de las calores desconocidas, que arruga a las plantas, que empequeñece frutos, que hace aparecer colores inesperados, que tiñe de color amarillo muerto a las hojas verdes,…que no se combaten pese al agua fresca y generosa. Y todo ello pasa muy alejado del comienzo de septiembre aunque las uvas cambien de color,… que es en ese tiempo cuando las tomateras abandonan.
No me conozco en este verano tórrido y alejado del alegre y luminoso calor. Cada año Lo percibo más infernal.
Así que me concluye la experiencia de que «eso del cambio climático» es un agradable eufemismo para evitar la desastrosa expresión de la «neoplasia de nuestro planeta».
Aunque ustedes saben más.
Goyo
08-ago-24