El toro de fuego

El toro de fuego.

De inmediato mi memoria me traslada al desaparecido “Toro de la Vega”, prohibido ya hace ocho años, lo que supuso un gran paso hacia la Cultura. Así, con ritmo pausado, nos vamos desprendiendo del riesgo atávico a la vez que dejamos a la cordura su imperio. No obstante, seguimos con tropiezos.

“Nadie me puede explicar lo que es el toro de fuego, yo soy de Belén» ha sentenciado su alcaldesa, Inés Rubio, justificando así la prohibición a que se celebre tan tradicional fiesta en ese pueblecito extremeño pegado a Trujillo y del que es su pedanía.

Los pueblos en verano, no siempre tienen la capacidad de hacer brillar a sus dirigentes y, a la vez, suelen mostrar la oscuridad de sus ciudadanos; aunque siempre hay excepciones. Yo no acabo de conocer la esencia y disfrute de la fiesta; sé que hay un toro, que hay fuego… pero distante a la manera de los embolados levantinos, han ideado los papaldeños otra forma de diversión con estos dos elementos: toro y fuego. Pasean por sus calles al “toro de fuego” espectáculo en el que sacan a hombros la figura de un toro que expulsa pirotecnia, el ayuntamiento de Trujillo lo ha considerado peligroso, al estar el ambiente en riesgo muy alto de incendios, y ha decidido que no se celebre la «fiesta».

Unos 30 vecinos se reunieron en el consistorio para mostrar su enfado ante la mandataria a la vez que Juan Arquímedes Martín, representante y portavoz de la comisión de fiestas de esta pedanía de Trujillo, dimite de su cargo por haber recibido «comunicaciones».

Para los amantes de las cosas que han pasado, Fáralis fue un regidor siciliano que debido a su crueldad, ingresó en los libros que cuentan historias que no deben repetirse. Como personaje regio, tuvo su corte de adoradores, adivinos y concubinas, guerreros y artesanos,… y a uno de ellos le propuso realizar una especie de estatua hueca de un toro, dentro de la cual, debería introducirse a quien mereciese castigo ejemplar.

En medio de la plaza, y tras previo aviso al vecindario para que contemplase el mensaje, se asentaba la estatua, que se abría por un costado por el que se adentraba a la fuerza al infeliz acusado. Bajo la estatua de bronce se procedía a encender una hoguera que de inmediato calentaba la panza del toro y todo el recinto interior, que tan sólo tenía el diseñado escape de la boca; de tal forma, que los alaridos y los gritos de la víctima se expulsaban por el hocico, donde se habían dispuesto una serie de tubos y conductos que hacían parecer que la figura bramaba debido a los alaridos de la persona que estaba asándose dentro.

De cómo vamos cambiando figuras y mensajes taurinos dan cuenta las historias.

Goyo

24-ago-24

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