Hace 10 años

Hace ya diez años que propuse a los ruedos de las redes sociales la oferta en la que vuelvo a insistir porque ya no soy el ridículo único que se dedica a pensar en nuevas alternativas. La sociedad alemana acaba de contemplar la posibilidad de reducir la semana laboral a cuatro días y yo creo así, en seco, la alternativa queda coja e incompleta; por lo tanto, me apetece volver a explicar.

Dicen los libros y las historias – que Alá y San Jerónimo sabían más- que de la Gran Depresión de hace un siglo, diseñada también por los Señores de la Bolsa, se salió en parte gracias a creer en la apuesta de que era posible funcionar modernamente permitiendo al obrero una jornada de ocho horas y un salario a sus cuentas -a las de ellos

Bueno,… y así parece que se enderezó todo hasta el punto que, por procesos democráticos o escopetacráticos, algunos países del contexto europeo abrazaron dictaduras tan delirantes, que aún persisten los recuerdos de su histórica memoria. No será verdad que la crisis provocó el sarpullido dictatorial; pero algunos pijos aprovecharon el aire, con la misma fuerza que un montón de imbeciloides creyeron que “Nazi” era la abreviatura de “nacional y socialista”.

Que lo que quería decir es que si se reparte el pastel laboral, es posible que toquemos a menos trozo pero más apetitoso.

Lo de trabajar menos de ocho horas diarias puede ser apetecible; pero estamos habituados a que los servicios de lo que denominamos “Estado del Bienestar” permanezcan en funcionamiento a cualquier hora del día y en cualquier día del año. No queda entonces otra salida que repartirnos entre servicios y días.

Ignoro qué condición teocrática impuso que la cosa temporal debía ordenarse en periodos del incómodo número siete; que aunque siga siendo mágico, ocasiona tendencias egoístas: todo el mundo se apunta a descansar sábado y domingo; incluso ya hay quien defiende que también el viernes. Y resulta que los niños, las atletas y las neurólogas también se pueden poner malitos el sábado, tener un accidente deportivo el domingo o requerir los servicios de la policía el viernes. Conclusión: aunque se estableciese una jornada semanal de cuatro días, seguiríamos acostumbrados a no dejar descanso a los servicios públicos durante el triduo de cada fin de semana.

Quizá sea menos malo acordar que podríamos trabajar, y alternar periodos de trabajo de tal forma que quien decida – o se le imponga- trabajar ocho horas el periodo lunesmartesmiércolejueves, descansará el periodo viernessábadodomingo. Y viceversa. Con posibilidad de intercambio, alternancia, convenios  y ajustes.

Puede que incluso así la gente deje las bajas por enfermedad para los días de descanso y los servicios públicos mejoren en salud.

Creo que las más afortunadas serían las condiciones de intercambio comercial y social entre pueblos y ciudades, entre orígenes y destinos, con el consiguiente relax de no saber qué fin de semana es el más apetecible; si el que comienza en lunes o el que acaba en domingo.

Todo esto y mucho más en este rinconcito.

Goyo

Primero de septiembre de 2020.

Otra semana, otra jornada.

 

De nuevo surgen opiniones tendentes a certificar el cambio de la tradicional semana de siete días por otra menos cansina. Cuando hace más de un siglo, Paraguay irrumpió en la historia decretando por primera vez la jornada de ocho horas, hubo sustos; lo que no impidió que nuestra ibérica España figure como primer país europeo en instaurar tal jornada. Que no se olvide.

En nuestros días, lo de trabajar menos de ocho horas diarias puede ser apetecible; pero estamos habituados a que los servicios de lo que denominamos “Estado del Bienestar” permanezcan en funcionamiento las veinticuatro horas. No queda entonces otra salida que repartirnos entre servicios y días. Si se quiere trabajar menos, habrá que dedicar más gente al trabajo.

Lo teocrático impuso que la medida del tiempo debía ordenarse en periodos del incómodo número siete; que aunque siga siendo mágico, ocasiona tendencias egoístas: todo el mundo se apunta a descansar sábado y domingo; incluso ya hay quien defiende que también el viernes, incluso en ambientes universitarios se festeja el jueves. Y resulta que los niños, las atletas y las neurólogas también se pueden poner malitos el sábado, tener un accidente deportivo el domingo o requerir los servicios de la policía el viernes. Conclusión: estamos acostumbrados a no dejar descanso a los servicios públicos durante el triduo de cada fin de semana, así como somos incapaces de asegurar ausencia de averías domésticas en cualquiera de sus días. Lo democrático será ahora discutir el salario.

Dudo si podríamos acordar trabajar y alternar periodos de descanso de tal forma que quien decida -o se le imponga- trabajar ocho horas diarias durante el periodo lunesmartesmiércolejueves, descansará todas las horas del periodo viernessábadodomingo. Y viceversa. Con posibilidad de intercambio, alternancia y demás ajustes. O indagar en la jornada de seis horas, que también es múltiplo de veinticuatro para cumplir con turnos.

Pero lo más afortunado serían las condiciones de intercambio comercial y social entre pueblos, con la consiguiente duda de no saber qué fin de semana es el más apetecible; si el que comienza en lunes o el que acaba en domingo. Puede que incluso así la gente deje las bajas por enfermedad para los días de descanso y los servicios públicos mejoren en salud.

Goyo

10-oct-18

 

 

Spanishrevolution (II)

Aperos

Cuando Maxi Robespierre y su pandilla de revolucionarios parisinos hilvanaban lo que todavía está por coser, casi seguro estoy que para ellos y para los girondinos, las discusiones y los debates de la Asamblea eran revolucionarios. En los debates y asambleas de esta primavera tórrida y soleada, no me parece que exista convicción de que estamos ante un acontecimiento social que merezca tal nombre; pero como los esfuerzos y las tensiones han sido abundantes, seguro que las propuestas no solamente dejarán poso sino que germinarán.

Antes de que sepamos si la plaza vuelve a ser el campo primigenio, cruce de calles, almacén de sueños,… ya están los agoreros pronosticando su inanición o, lo que es más y mucho peor, que el movimiento se pare en un partido político (por absorción/por creación); será entonces cuando tendremos más seguridad a la hora de utilizar, o no, con precisión, el calificativo «revolucionario».

Las propuestas que mayor magnetismo podrán crear giran alrededor de nuestra capacidad como sociedad para ser abundantes también en «trabajo»; lamentablemente, parece que nadie reivindica que lleguemos a lo que podríamos llamar «derroche laboral». Cosa que me parece hasta milagrosa si me dedico a ver números de trabajadores afiliados a los sindicatos, a la participación de los afiliados, al respaldo y valor concedido por la ciudadanía a las tareas sindicales y a la filosofía escrita y practicada por algunas organizaciones que se dicen defensoras de los derechos y de los deberes de los trabajadores.

Pues la segunda tanda de propuestas, en número de cinco, se destinan a diseñar una estrategia contra el desempleo. Son éstas:

1.- Reparto del trabajo fomentando las reducciones de jornada y la conciliación laboral hasta acabar con el desempleo estructural (es decir, hasta que el desempleo descienda por debajo del 5%).
2.-Jubilación a los 65 y ningún aumento de la edad de jubilación hasta acabar con el desempleo juvenil.
3.-Bonificaciones para aquellas empresas con menos de un 10% de contratación temporal.
4.-Seguridad en el empleo: imposibilidad de despidos colectivos o por causas objetivas en las grandes empresas mientras haya beneficios, fiscalización a las grandes empresas para asegurar que no cubren con trabajadores temporales empleos que podrían ser fijos.
5.-Restablecimiento del subsidio de 426€ para todos los parados de larga duración.

Creo que la necesidad de repartir el poco trabajo que se ofrece, tiene que ver con las herramientas. Bien pronto me parece que nos hemos olvidado del avance de nuevo maquinismo, que incluso el ocio -no ya el trabajo- viene dispuesto en máquinas. El resultado es que no sólo se abarata la pena del trabajo sino el tiempo del trabajo, y lo último repercute en una menor cantidad de trabajadores. Ello supuso hace más de medio siglo la aventura de dictar por ley una jornada máxima de ocho horas diarias y un correspondiente descanso semanal que se ha ido agrandando y parece no tener fin. Para ambas situaciones apunté meses atrás algunas reflexiones que quizá convenga revisar: tal vez sea viable una jornada laboral de seis horas con la proporcional reducción de salario y quizá no sea de locos comenzar a pensar en otra concepción de la semana diferente a como la dibuja el Génesis o la impuso la cultura judía.

Acerca de la jubilación, la concepción del Estado del Bienestar apunta a una personalización de las condiciones de trabajo de forma que cabe esperar diferentes formas de abandonar o cambiar de trabajo sin que una determinada edad sea la clave definitoria. Y conviene buscar planteamientos de un periodo de tránsito hacia la jubilación definitiva con jornadas adaptadas al trabajador y/o a la empresa o administración.

Sobre el trabajo temporal es cuestión que debemos aceptar y que viene impuesta por las tendencias sociolaborales a la adaptación; hay empresas que pueden afrontarla causando beneficios. Otra cosa y necesidad es que debamos impedir abusos. La cuenta quizá se aclare diciendo que a la sociedad le debe dar igual que un trabajo de ocho horas lo ejecute una persona en ese tiempo, o sea ejecutado por dos personas que hayan trabajado cuatro horas cada una.

El despido cuando existen beneficios no persigue otra cosa que buscar más beneficios, esa es la clara filosofía que sustenta la teoría de la competitividad, que por cierto, no sé como no ha sido agarrada de los pelos incluso por pensamientos progresistas, cuando observamos que el ser competitivo se aleja mucho del ser solidario y fraternal.

Acerca del restablecimiento de un subsidio no debe fijarse en un número único, creo que estamos en condiciones de asegurar una mejor atención a la persona sin trabajo teniendo en cuenta su condición familiar, de renta y de limitaciones por edad o condición de valía. Ello implica una mayor cantidad de personas dedicadas a las oficinas públicas de atención laboral.

Vale. Pero les noto un tremendo olvido. En nuestra sociedad y cultura -Europa Occidental- el trabajo es un elemento contractual que surge a través de las iniciativas empresariales. Siempre nos han hecho creer que son las empresas las instituciones que crean empleo y la función de las administraciones públicas residen en animar y ayudar en lo posible a las iniciativas empresariales. Muy bien. Pero en el andar cotidiano, las personas con graves problemas económicos porque no encuentran trabajo, acuden a los Ayuntamientos a demandar «lo-que-sea» y ahí tenemos a miles de alcaldes agobiados por atender una necesidad que ninguna de las leyes que regulan las Haciendas Locales recogen como de obligado cumplimiento. Item más, tan solo cuatro o cinco años atrás, las empresas denostaban (por decirlo educadamente) a los gobiernos municipales que decidían hacer obras públicas por administración, argumentando que los Ayuntamientos «quitaba» el trabajo a las empresas. Ahora son las empresas las que demandan a las instituciones públicas el fomento de obras públicas para salir del bache; es decir, estamos en la época donde las empresas piden empleo a las administraciones. Ahora son también los obreros quienes acucian a los Ayuntamientos para que les «den» trabajo. Ahora han sido los aspirantes a regir los gobiernos municipales los que han prometido «crear» empleo. Ahora podrá salir quizá alguien a recordarle que esos dineros públicos no deben tener carácter finalista distinto al previsto por los textos refundidos. Parece un primer paso hacia una malversación general y consentida; eso es lo que parecen decir nuestras más elevadas palabras.

¿Vamos/queremos ir hacia un estado comunista donde los bienes de producción y las condiciones laborales las dicta papá Estado?

Goyo
02-jun-11

Las nuevas cuentas.

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La gente hace cuentas. Recientemente, los contables de los pensionistas han añadido a sus números la tendencia declarada que afirma que la vida se extiende a pesar de las enfermedades. Viviremos más tiempo, con más oferta de comprimidos, ungüentos, jarabes,…. incluso tubos y sondas de plástico transparente por donde circulan libremente la vida y la muerte. Como no hemos sido capaces de sustraernos del hábito de pagar estas dependencias con dinero, los contables aseguran que el reparto futuro para la atención a las últimas edades, no será como en la actualidad. Tardaremos más tiempo en ser viejos, dispondremos de mayor tiempo en el que sin trabajar sigamos percibiendo un sueldo pequeñito y estaremos más tiempo cultivando la enfermedad y retardando el verdadero despido.

Por fin se ha culminado la cuesta de enero y todos los elementos que denominamos «agentes sociales» se felicitan por tanta cordura común, por tanta coincidencia de previsión compartido. El júbilo que debe causar el cobrar sin trabajar se retrasa un poquito y de forma gradual; previsiblemente al mismo ritmo en el que se instalarán dolencias, deficiencias y males.

No importa, las necesidades que tal futuro asegura se han resuelto. Habrá dinero para distribuir, para asegurar la ingente factura de los extremos de nuestras vidas: la infancia y la senectud. Quizá nos importe menos la infancia porque es presumible que no llegaremos a conocerla, el caso es que estamos convencidos de que hay que ahorrar/reservar para atender/repartir.

No obstante, presentándose tan claras las razones que tardarán en observarse, no me explico por qué los mismos «agentes sociales» no hacen una sencilla división de todo el trabajo que tenemos que hacer en este país y dividirlo entre el número de personas dispuestas a trabajar; el cociente debe salir obligatoriamente menor ya que el divisor «debe ser» moralmente mayor. Hay muchos miles de miles esperando su ración de tiempo laboral.

¿Por qué es tan difícil avanzar hacia una jornada laboral de seis horas?
¿No es ahora tiempo de avances sociales aunque sean también austeros?
¿Para qué tanta máquina que no rebaja horario de la persona?
Dos horas más de ocio, ¿no es una nueva posibilidad de negocio?
Los que tenemos ahora la suerte del trabajo, ¿no podremos conformarnos con menos?

Goyo
31-ene-11
Día del final de la cuesta.

¿ Por una jornada laboral de seis horas ?

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(Primeros apuntes para entender el paso de los “Mártires de Chicago” a los esclavos de los paraísos financieros.)

En Chicago, que está en los Estados Unidos, en 1884, hace 126 años; una Convención de trabajadores organizados, inició lo necesario para que la sociedad tuviese al frente una nueva idea de jornada laboral: con ocho horas de trabajo al día debería ser bastante frente a las 10, 12, incluso 16 horas de trabajo que entonces se consideraban “normales”.

No hay que olvidar que los Estados Unidos de América, en su infancia política, se adelantaron formalmente a los principios revolucionarios que triunfarían en Francia en 1789. Aquella “América” fue también campo de experimentación para algunos socialistas utópicos (Owen, Cabet, Fourier), creando colonias comunitarias con inmigrantes ingleses pobres, conocedores profundos de la inhumanidad empresarial británica de la época y profetas de la nueva lucha por la reducción de la jornada de trabajo. Bien es verdad que buena parte de los obreros propiamente norteamericanos, muy influenciados por la diversidad de sectas religiosas (mormones, metodistas,…), se conformaban buscando consuelo dominical en la iglesias para poder soportar anímicamente otra semana de ceguera.

Desde la década de los 60 (1860) es decir, hace ya 150 años, se venía pidiendo una reducción de la jornada laboral. No ya solo porque las condiciones de seguridad y descanso lo mereciesen; sino porque ¿para qué nos han de servir los descubrimientos sobre la Mecánica, los avances en la perfomance de las herramientas, si no se convierten en ventajas para las empresas y los obreros ?. No solo para las empresas. No solo para los obreros.

¿ Qué motivos pueden utilizarse hoy para reivindicar una reducción del tiempo de la jornada laboral ? Contemplo las obras del AVE, que están junto a mi viña; lo que se anunció como tremenda oportunidad de refrescar empleos, se presencia como un pequeño hormiguero de camiones y máquinas que apenas dejan ver al hombre. Muchos de los trabajos que ayer requieren menos personas hoy; por suerte, nacen trabajos nuevos donde la máquina no puede sustituir a la persona: son los campos de atención social, de dependencia, de infancia, de educación,…es indudable, y atosigante, el conjunto de factores que han modificado el complejo mundo laboral.

Contemplando esta problemática a nuestro alrededor, un apunte ligero y breve nos dice que la población española que se encuentra en condiciones legales de contratar su trabajo por dinero, es de unos 23 millones de personas; de ellas, como una quinta parte, no encuentra oportunidad de hacerlo. Las otras cuatro quintas partes, unos 18,5 millones, conoceremos nuevas condiciones procedentes de la nueva Ley de Reforma Laboral. Esta nueva regulación se dice que está pensada para fomentar una mayor ocupación de la población en condiciones de trabajar.

Los últimos datos de la encuesta sobre la población activa, nos informa que cuatro millones y medio de parados, más dieciocho y medio de ocupados componen los 23 millones de personas de la población activa. Repitamos: 4,5 millones de activos sin trabajo junto a 18,5 millones con trabajo. Esta circunstancia, en números gordos, nos indica que todo lo trabajable en este país es bastante con las cuatro quintas partes de la población en condiciones de hacerlo; todo lo que es necesario hacer a través del trabajo, se hace realmente con las cuatro quintas partes de los trabajadores disponibles. Esta situación parece no agradar a nadie. Si lo ideal es el pleno empleo, hagamos cuentas:

El potencial horario de 18,5 millones de personas trabajando una media de 40 horas semanales asciende a 740 millones de horas; si ahora repartimos todo el capital horario necesario entre todo el potencial laboral disponible, obtendríamos que la teoría distributiva nos empuja a considerar que habrá que repartir el pastel laboral entre los 23 millones de trabajadores, lo que resulta una media de 31 horas semanales; o sea, unas seis horas diarias. Nótese que el número seis, como el ocho, es múltiplo de 24, lo que también posibilita la atención laboral permanente pasando de tres turnos a cuatro para los servicios que requieran una oferta repleta durante todo el día.

Una de las “arriesgadas” conclusiones es que tendríamos que conformarnos con trabajar una quinta parte menos, lo que supondría ganar -evidentemente- una quinta parte menos de nuestro actual salario; y así entonces, toda la población podría soportar mejores condiciones de seguridad en el trabajo aunque -por ahora- se verían alterados los salarios en beneficio de un pleno empleo.

¿ Qué dificultades tendría ejecutar un propuesta de tal índole? … pues ya verán ustedes qué diversidad de opiniones se presentan y qué nivel de fraternidad nos invade y alimenta. También podremos percibir las ganas de aportar con nuestro apoyo personal ese “derecho al trabajo” tan finamente jaleado para que sean los gobernantes quienes lo consigan y nos sigamos sacudiendo las manos. También es necesario desmontar lo inviable para mejor dedicar esfuerzos a lo posible.

Un ejemplo barato de los cientos que deben estudiarse, proponer y modificar: con un horario de seis horas, cuatro turnos en lugar de tres, en una fábrica. Supongamos que se pagase la hora de trabajo a diez euros.

Tres turnos x 10 obreros x 8 horas = 240 horas = 2400 euros
Cuatro turnos x 10 obreros x 6 horas = 240 horas = 2400 euros

En el estado actual de cosas, un obrero ganaría 80 euros/día y en el nuevo supuesto, obtendría 60 euros/día. En el primer supuesto la población laboral sería de 30 personas; en el segundo caso serían necesarias 40 personas.

Hemos de suponer que el potencial laboral que se encuentra ahora demandando un empleo, estaría dispuesto a aceptar la propuesta compartida. Esta propuesta, tiene además la particularidad de poder ser modificada en función de las necesidades globales de horas de trabajo y enriquecida con multitud de variables que no es este el momento de tecnificar con la montaña de datos, posibilidades y repercusiones que pueden derivarse.

Tú, como ciudadano, ¿te comprometerías a ganar menos, porque vas a trabajar menos tiempo y así podrían trabajar las personas que ahora no encuentran trabajo teniendo entonces su correspondiente salario?. Esa puede ser una primera pregunta. Yo sí.

Pero para todo esto, también sería necesario que cuando yo vuelva a buscar en Google “Organización Internacional del Trabajo” o “Internacional Socialista”(http://www.lainternacionalsocialista.org/ ) me debería encontrar con algo más de seis y cuatro millones de entradas, respectivamente.

Presentado el infierno laboral, otro día nos ocuparemos del paraíso fiscal.

Goyo
24-sep-10