Senatus Populosque Norba Caesarinae

 

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Yo, que soy casi tan joven como la alcaldesa de Cáceres y casi tan viejo como el que estas líneas escribe, me contento al saber que –por primera vez desde hace muchos otoños- el Ayuntamiento de la ciudad ha permitido en un ratito de dos horas que los asientos de las señoras y señores concejales se ocupen por representantes de colectivos diversos de gente que sigue sufriendo y disfrutando los avatares del tiempo. Los llaman “jubilados”, muy a pesar de no siempre rebosar de júbilo. Y “mayores”, como si la palabra “viejo” no arrebatase envidias, experiencias y sabidurías concentradas. También los apuntalan socialmente bajo el sombrajo inculto de “tercera edad”, una vez que podemos hablar de la cuarta y de la quinta.

En el encuentro que duró dos horas, dice la noticia que la alcaldesa manifestó que se pretendía que fuera un “foro simbólico” y también pidió que hablasen “con libertad”. Después de lo que pidió, apuntó algo y se despidió quedando el Pleno del Mayor bajo la presidencia del Teniente de Alcalde y sin dos representantes de la invitada veteranía porque abandonaron la sesión para señalar protesta por inesperada e incomprendida ausencia. Quizá también ellos tenían otra cosa más importante que hacer.

Tras su salida, Santiago Pavón, que así se llama el señor Teniente de la Alcaldesa, tomó la presidencia y anunció que todas las propuestas llegarían a la Junta de Gobierno para ser estudiadas con detenimiento y ser respondidas por escrito. Invitó también a convertir esta iniciativa del pleno en un Senado del Mayor, que sirviera para “examinar” y “orientar” a los políticos. Y a partir de aquí es donde ya me interesa opinar; muy a pesar de que la veteranía ya no sea para algunos un grado sino una degradación.

Ya sabemos de estos juegos simbólicos de nuestra tierna democracia, que lo mismo se contenta con llenar los escaños con niños que las guarderías con ancianos: “intercambios intergeneracionales”, “contrastación de experiencias”, “reciprocidad experiencial”, “riqueza de nuevas prácticas”,… ¿Creen ustedes que es en verdad enriquecedor para un adolescente sentarse por un momento en el sitio del diputado señor Zaplana? –O en el del señor Acebes, no vayan a pensar que sólo pienso en la Z inicial–.

¿Es social y políticamente ilusionante airear la difícil condición de “lúcida senectud” (sin Z final) para ir a recoger sensaciones de ninguneo? ¿En verdad creen los sostenedores de esta Efebocracia, que todas las personas tras los setenta años cumplidos tienen opiniones “simpáticas”, “interesantes”, “curiosas” y otros términos ominosos y aciagos? ¿También creemos que el florido prensil de los alrededores de los cuarenta asegura la mejor gestión y la mayor fuerza creativa?.

Cuando queremos, podemos decir a un joven que se prepare y espere tantas veces como sea preciso para alcanzar la desesperanza; y, si llegado ese tiempo preparado desea pasear y reivindicar su experiencia, podemos también recordarle que hay que apostar por la juventud que ahora no tiene. Es más sencillo: no hay que apostar, que, fielmente, significa lo mismo que jugar con prejuicios, con suposiciones, con antojos.

Nuestra visión y valoración de la práctica política ¿se asienta en las sabias mujeres arrugadas?, ¿en los despiertos y achacosos próceres?, ¿en las creativas mentes de edad indefinida?, ¿en los sensatos jóvenes impermeables al cansancio? …

 

Goyo

26-oct-07

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