Monago y el atentado.

El pleno de la Asamblea de Extremadura, ejerciendo su poder y obligación, ratifica el pasado jueves al diputado autonómico del PP y primer teniente de alcalde de Badajoz, José Antonio Monago, como senador por la comunidad. El Sr. Monago es el presidente provincial del PP y sustituye así a Carlos Floriano, que deja su cargo de senador para ocupar el escaño de diputado en el Congreso. Al día siguiente, Monago renuncia a su impoluto escaño. Al parecer, su cambio de criterio procede tras una entrevista y entreoída entre él y el Alcalde de Badajoz, Sr. Celdrán.

El secretario general del Partido Popular de Extremadura, César Díez Solís, afirma entonces que su partido respeta la decisión de José Antonio Monago de renunciar a su nombramiento como senador por Extremadura y aclara que, en el caso de que no reconsidere su postura, su formación realizará otra propuesta para cubrir el escaño en la Cámara Alta. Además, pide disculpas por la situación que se ha generado y se muestra confiado en que se solventará de inmediato. Por último, Díez Solís señala que los populares «rechazan las críticas interesadas de quienes pretenden sacar provecho de una situación anormal como la que se ha producido«.

El sábado, nuestros periódicos regionales recogen y exaltan la crisis de los populares extremeños dejando las cabezas por un lado y a los titiriteros por el otro: tema del día, portadas, editoriales y ocho noticias repletas de datos y vergüenzas.

Del domingo, desconocemos cuál ha sido la operadoras de teléfonos móviles que ha resultado más beneficiada por el intercambio de mensajes, intrigas y composturas.

El lunes, el Sr. Monago, acepta resignado la encomienda.

No es que a partir de mañana comiencen a contarse «los muertos», es que ahora conviene vigilar para que «los vivos» no se dediquen al expolio democrático.

 

Goyo

07-abr-08

(Sigo sin poder ilustrar mis ideas con imágenes o con fotos, tengo el Word-Press escanfurniado)

 

 

 

Algo sobre las alturas.

Suceden las cosas como si nosotros no fuéramos culpables de nada y todas las causas se encontrasen justo lejos de nuestra competencia. Un incendio inesperado invade la tranquilidad cacereña del Lunes de Pascua y una mujer, Begoña, debe exponerse a cuerpo entero y a la intemperie en la novena planta de un edificio… pero al exterior, que suele ser más peligroso. La acción inmediata de los servicios de protección civil -no sólo bomberos- la reincorporan al suelo tras ocho minutos de angustia pública y privada. Aparte de dedicar la prensa abundantes palabras al episodio, los dos agentes protectores reciben la recompensa añadida de una foto de expreso reconocimiento. Claro, que a lo mejor, con una Begoña así, cualquiera es buen bombero; diríase incluso que ha venido a enderezar la delicada fama que otrora compusieron.

En otra octava planta de otro edificio cacereño, a diario, varios personajes de la olvidada orquesta de protección médica –no sólo médicos- cuidan, animan y curan a personas enfermas de la cosa urológica. Si bajas a la séptima, abundan los ejemplos de tareas que remedian y dulcifican las dolencias otorrinas. Un piso más abajo es el frecuentado por personas que luchan contra los traumas físicos,… ya subas o bajes siempre te encuentras grupos de enfermos aliviados, atendidos y recompuestos para ser devueltos al circo mundano sin que medie una foto de la enfermera despabilada, del celador alegre o del analista exquisito. Así, poco a poco bajando las plantas de ese edificio, los diversos enfermos trabajan conducidos por ánimos y medicinas de doctoras que zurcen huesos, de cirujanos que cosen arterias y de enfermeras que nunca han recibido agradable tratamiento mediático, ni fotogenia compensadora.

De vez en cuando, una placa de agradecimiento decora un trocito de pared recogiendo recuerdos de buenas atenciones; pero no suelen prodigarse los casos y las cosas de los que entran pachuchos y salen sin averías. En la planta de la cosa ginecológica, un tal José Antonio -que siempre sale en el retrato pegado a una sonrisa- ha corregido la vesícula urinaria de mi madre recuperándole con ello la simpleza funcional de mear cuando le viene en gana; muy al contrario de antes que, cuando le venía la gana, ya no podía aplicarse remedio porque el aviso se producía con retraso traidor.

La unidad del sueño, la decena cancerígena, la centena de traumas y los dolores a miles conviven, se aplacan o se rebelan. Hay mucho más que una foto diaria merecida para cualquiera de los equipos humanos del Servicio Extremeño de Salud y hay una duda y una deuda permanente: ¿ Quién tiene esas fotos ?

Goyo

01-abr-08