Algo sobre las alturas.

Suceden las cosas como si nosotros no fuéramos culpables de nada y todas las causas se encontrasen justo lejos de nuestra competencia. Un incendio inesperado invade la tranquilidad cacereña del Lunes de Pascua y una mujer, Begoña, debe exponerse a cuerpo entero y a la intemperie en la novena planta de un edificio… pero al exterior, que suele ser más peligroso. La acción inmediata de los servicios de protección civil -no sólo bomberos- la reincorporan al suelo tras ocho minutos de angustia pública y privada. Aparte de dedicar la prensa abundantes palabras al episodio, los dos agentes protectores reciben la recompensa añadida de una foto de expreso reconocimiento. Claro, que a lo mejor, con una Begoña así, cualquiera es buen bombero; diríase incluso que ha venido a enderezar la delicada fama que otrora compusieron.

En otra octava planta de otro edificio cacereño, a diario, varios personajes de la olvidada orquesta de protección médica –no sólo médicos- cuidan, animan y curan a personas enfermas de la cosa urológica. Si bajas a la séptima, abundan los ejemplos de tareas que remedian y dulcifican las dolencias otorrinas. Un piso más abajo es el frecuentado por personas que luchan contra los traumas físicos,… ya subas o bajes siempre te encuentras grupos de enfermos aliviados, atendidos y recompuestos para ser devueltos al circo mundano sin que medie una foto de la enfermera despabilada, del celador alegre o del analista exquisito. Así, poco a poco bajando las plantas de ese edificio, los diversos enfermos trabajan conducidos por ánimos y medicinas de doctoras que zurcen huesos, de cirujanos que cosen arterias y de enfermeras que nunca han recibido agradable tratamiento mediático, ni fotogenia compensadora.

De vez en cuando, una placa de agradecimiento decora un trocito de pared recogiendo recuerdos de buenas atenciones; pero no suelen prodigarse los casos y las cosas de los que entran pachuchos y salen sin averías. En la planta de la cosa ginecológica, un tal José Antonio -que siempre sale en el retrato pegado a una sonrisa- ha corregido la vesícula urinaria de mi madre recuperándole con ello la simpleza funcional de mear cuando le viene en gana; muy al contrario de antes que, cuando le venía la gana, ya no podía aplicarse remedio porque el aviso se producía con retraso traidor.

La unidad del sueño, la decena cancerígena, la centena de traumas y los dolores a miles conviven, se aplacan o se rebelan. Hay mucho más que una foto diaria merecida para cualquiera de los equipos humanos del Servicio Extremeño de Salud y hay una duda y una deuda permanente: ¿ Quién tiene esas fotos ?

Goyo

01-abr-08

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