Las tres Marías

Hago compost. Rebujito de hojas secas, cáscaras de sandía, posos de café, excrementos del gallinero,… y tierra de nadie. Por las noches, casi todas las noches voy a depositar la ración diaria de residuos putrescibles al montón que no huele tan mal como podría pensarse; huele a comida filoclorofilada. Cuando llega el invierno desprende el aroma cálido del abono paciente. Después de las segundas lluvias, el compost te incita a que tengas envidia a las plantas de las macetas y a las parras.

Vale, pero ahora es verano y es de noche. El cielo de de azul noche como salpicado de agujeritos de luz que serán los que dejan ver las estrellas.

Y me acuerdo de mi tío Teodoro, que era pastor y se fue sin que me transmitiese la sabiduría que da el cielo de la noche. « Tú mira allí, ¿no ves?… esas son las tres Marías, que son las más importantes para saber la hora por si te para el reloj o no te has acordado de darle cuerda. Cuando están en línea con aquella otra, que se llama -ya no me acuerdo qué nombre decía- son como las once y cuarto o las once y veinte… además, eso es así porque al poco pasa el correo de las once y media y pita al pasar por la trinchera de la cerca de Champumpa«.

Así sé que sabía si se había despertado a las cuatro y diez o eran la las seis y cuarto y había que levantarse.

La noche, esta noche inmensa y corta de julio, tiene estrellas como segundos la hora; y no sabemos ya interpretar sus giros aparentes, sus alineaciones y sus caminos reiterados.

Los perros ladran a lo que ven y a lo que oyen. A veces miran el cielo pidiendo ordenación; pero tampoco pudo enseñarme mi tío Teodoro el lenguaje inquieto de los ladridos de los «perros de ganao».

Hemos perdido mucho, tío. Ya sólo sabemos hacer compost, que es una cosa más moderna y más aplaudida que aquella que llamábamos estiércol de la corraleja.

Goyo
11-jul-09
Día de la boda de una nieta de mi tío Teodoro.