Sésamo

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Creo que uno tiene conciencia debido a un juicio repetido que te impone la memoria; de mi propia consideración, soy consciente de La Música, debido al martirio que todas las «semanas santas» del franquismo desarrollado repartía a través de la radio, de todas las radios. Fue entonces cuando comencé a convencerme que aquellas «saetas» deberían ser muy parecidas a las del Santo Cristóbal, que los aceros, y los lamentos, y los tambores, y las trompetas, se unificaban para castigarnos los oídos y los pareceres. Todo el mundo era pecado, era la carne pecado y el demonio debió componerse entre nosotros porque también era pesado.

Y era pecado la alegría de las bulerías o de las canciones ye-yés. Sólo la saeta; pero no la de Antonio Machado. Así crecí convencido que la primavera tenía su espíritu mortífero y el invierno, un indescriptible desprecio por las campanitas, las panderetas y las sonajas pese a que intentaron revestirlas con el humilde villancico. Por tanto abuso, el invierno también sonaba a esa flauta de pitos que amenaza taladrarte el sentido de la armonía y del gozo de los sonidos.

Para que mejor se me quede grabado el asunto, hoy publica el «Público» la protesta de músicos que fueron seleccionados por la estructura del anterior presidente de USA para utilizar sus canciones, a todo volumen y en estudiada repetición, como berbiquí cerebral que lo mismo así habrán confesado toditos los pecados que hubo de tener San Cristóbal. Y eso lo hacían sin necesidad de ser pascual el tiempo.

Yo me sumo a la protesta; lo hago por puro recuerdo de sentirme pecador sin haber pringado tentación, ni tocado materia ajena. Tardé años en volver a comprender la hondura de la saeta y la desnudez del villancico. Y sigo pensando que pensar no es pecado.

Creo que voy a tardar más años en comprender la retorcida maldad de george walker bush.

Permitió, alentó, consintió, sugirió, … que se torturase a los presos de Guantánamo con la infantilidad de la música de Barrio Sésamo.

Goyo
23-oct-09

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