Ponte un burka en Carnaval ?

burka

La tardenoche del sábado se presentaba tan alegre como gélida, parecía que la habían hecho para buscar algo calentito que enamorar. Las fiestas de Carnaval, comenzaban su segundo día radiante y toda la calle que cose al pueblo de norte a sur, estaba repleta de comparsas vivamente decoradas.

En estas fiestas, a mí me gusta sentirme de fuera, que pocos me conozcan, que pueda observar con descaro cubierto, … así que dediqué casi toda la tarde para componerme un disfraz apropiado: la mujer de un pastún.

El ropaje no era complicado, el único detalle femenino debería ser presentado -a la vez que simulado- a la altura del pecho; todo lo demás lo debería decir la rejilla indiscreta situada a la altura de los ojos. Una red blanca, trenzada, de una bolsa de patatas, era el antifaz ideal por su delicada transparencia y su cuidado tupido. El resto era cosa fácil.

Creo que el éxito principal de mi decisión fue el acierto previamente diseñado para evitar el frío intenso que se presentó como queriendo hacer chantaje a todo lo programado. Los ropajes abundantes y protectores me hicieron sentirme bendecido por dentro.

¿Y el burka? Para mejor jugar, me quité las gafas que siempre llevo y apenas necesito, y me sentí relativamente dotado para observar desde mi nueva estrategia visual, que todo veía desde dentro y todo dejaba al adivinar desde fuera. El burka es entonces una pieza a la que pudieran aspirar comadres del maldecir y malpensar.

A lo largo de la noche, fui observándome en otra faceta; la falta de horizontes visuales: la ventanuca te restringe el campo visual como cuando a las mulas le ponen las antojeras, sólo puedes ir seguro para adelante, si quieres ver algo lateral, debes dirigir la ventana hacia el territorio que deseas observar y, claro está, puedes ser detectado por tu talibán de turno y el mirar de reojo es técnica idiota. Andas así como un autómata, indicando con el cuerpo qué puedes ver, anulándote el suelo y el cielo, sufriendo lo que no ves porque sabes que hay cosas que no ves con el aparataje.

Al final de la noche se me presentó la duda de si el invento fue cosa del varón o fue la misma mujer talibana quién diseñó el suplicio.

Uno u otra, y los dos, deberían dejar la fiesta.

Al final sufrí.

Goyo
15-feb-10

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