Maggot Brain

Cuando en el 83 yo visité la extinta Checoslovaquia, viví durante cuatro días en un sencillo hotelito de Pilsen, desde la habitación observaba el ajetreo de lo que aquí sería una mezcla de Instituto de Enseñanza Secundaria y Escuela de Artistas. Hubo ocasión de almacenar dos detalles imborrables: los chicos y las chicas llevaban un pequeño bolso de bandolera, -cosa que copié desde entonces y que aún me acompaña el hábito pese a tiempos pasados en los que algunas personas viciosas de prejuicios pretendían asociar la colgada maricona al mariconeo-. El otro detalle que quise grabar para siempre era aquella variadísima entrada-salida de jóvenes portando los más variados instrumentos musicales. Indagué un poquito y me atravesó la envidia: estudiaban tanto a los rockeros como interpretaban su folklore, conocía a los barrocos como disfrutaban con variaciones de Police.

A la sazón, yo pensaba en aquella juventud española de los ochenta encerrada en la incultura musical, tan sólo barnizada por éxitos comerciales. La música era casi cosa prohibida en aquellas nuestras escuelas, diversión de chiflados, tarea de saltibanquis,…

Ya no es así.. Basta observar una tarde cualquiera la entrada-salida de la Institución Cultural «El Brocense» es lo mismo que aquél templo checoslovaco de la cultura, del arte y de la ciencia.

Y este reconocimiento que culturalmente los extremeños debemos darnos, tuvo en mi pueblo, la noche del pasado sábado un certificado indiscutible: en un concierto gratuito y al aire sano y libre, actuó durante dos horas un grupo («Maggot Brain») de jóvenes músicos de rock, actuó con maestría de sentimientos, con ganar de enredar el tiempo entre las cuerdas, con alternancia sentida y estudiada de las dos guitarras solistas -cosa rara y apetecible- y con un detalle de auténtica colectividad: se habían dejado caer otros dos músicos de similar tendencia e invitaron a subir a John Itúrbide, cantante rockero vasco de «Hot Dods» que hizo brillar la conjunción con una personalísima forma de ser y dominar el escenario, el grito, el baile, la mirada y la armonía. Volví a sentir de nuevo la necesidad de grabar el recuerdo. Volví a recordar Pilsen. Supe que la Música ya vive en muchas cabezas jóvenes extremeñas y vascas.

El público no fue muy numeroso; lo numeroso, al parecer estaba en el botellón que bailaron después, en el mismo sitio, música gratis de comercio enlatada.

Este detalle no lo voy a grabar.

Goyo
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