Las horas de los bárbaros del norte

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Con palabras.

A tenor de cómo las sociedades vienen organizando la compraventa del tiempo que dedicamos para mejorar el salario, parece que debemos reconocernos cada vez más astutos, si observamos cómo a medida que se reducen las horas y las fuerzas dedicadas, la contrapartida económica no cesa de aumentar.

 

Llevo hocicando en el futuro –porque sigo respetando el pasado- para aventurar que quizá nos aguarda un nuevo concepto de semana que, rompiendo el actual, a la vez soporte los fundamentos sociales de las grandes religiones, de las grandes culturas, y de los grandes acuerdos sociales. De tal forma se me aparenta la cercanía de una semana con cuatro días laborales y tres ociosos; aunque así de simple no me agrada la exposición.

 

Porque el trabajo social -que no para, ni conoce fiestas- tiende a articularse, administrarse, partirse,… en dos sesiones semanales en la que incluso los servicios públicos básicos funcionen con “normalidad”, continuamente, con independencia del día de la semana, o de tal semana en particular, o de tal mes anual; sin perjuicio de asegurar una actividad de la población laboral más confortable y diversificada.

 

Así, podríamos optar por trabajar viernes, sábado y domingo porque nos dejarían descansar lunes, martes, miércoles y jueves. O viceversa. Incluso pueden establecerse calendarios o periodos alternativos para que la vida social y cultural sea compatible y se facilite con el trabajo dignificado. Ya es indiscutible que alrededor de las artes, los deportes, las aficiones, los viajes,… se establecen tantos negocios y posibilidades laborales, que es en esta zona del sector terciario donde se producen los nuevos yacimientos de empleos y de empresas con mayor velocidad y contundencia.

 

Trabajar 65 horas a la semana reduciría posibilidades de intercambio de bienes y servicios a los que estamos habituados y que aspiran a ser conquistados por “las tribus menos civilizadas”. La propuesta es de por sí inapropiada al reducir tan bárbaramente las potencialidades laborales del turismo, de la hostelería, de los espectáculos o del retorno a un mayor contacto con el mundo natural agropecuario.

 

Es una auténtica barbaridad la propuesta de incitar -aún como apunte de debate- que el trabajo semanal es fruto de aquellos “bárbaros del norte” que ya en su tiempo tan bien describiera Manuel Marín. De aceptarse, la tendencia de ocupación de la población activa pasaría a ser la mitad de la actual y el nivel de desempleo lo conoceríamos por triplicado.

 

Pero siempre una idea tiene un primer artífice: necesito saberlo.

 

Goyo

15-jun-08

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