Al gato ciego

 

 

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Parece que vamos siendo más observadores. En tiempos de cuando mi abuela Ángela observaba y me enseñaba a observar, un zorro laceado, una paloma desalada o una gallina vieja no albergaban pizca de piedad en su desamparo: era responder con crudeza a la crueldad mundana. Después de jodido, lo que toca es joderse.

 

De regreso del viaje a Puntaumbría me encuentro al animalaje (personajeanimal) ambientalmente disfrutando del claroscuro, del solysombra, del fresco suelo que recoge los primeros calores de la mañana. Es un gatito desvencijado por la fortuna, pelurdo, feo de hambre y con pocas ganas de abrirse un blog.

 

Si alguien me hubiese recogido audiovídeo, hubiérame mostrado como una especie de San Francisco el chico intentando conversar con la negrura absoluta, con el silencio pacífico. La cabeza a veces movía como si, además, tuviésemos que dudar de su buen oído: en su jovial experiencia aún parecía no equilibrar con lo auditivo la falta visual.

 

Cuando Angelita -que es mi esposa- contempló la estampa también se apenó, se acercó más y quizo tocarlo… entonces, el gatito huyó lentamente hacia una gatera cercana, hizo un descanso y pareció mirarnos.

 

Nos alegramos al comprobar que veía con cierta precisión, quizá a tropezones, quizá borroso, quizá sólo con un ojo, … quizá como los gurús de la economía.

Goyo

17-sep-08

 

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