De las calores numerosas del edificio monstruoso de la Universidad Laboral de Cáceres, te recuerdo Rafael, refrescándonos de aguas frescas de tus botijos y de los tara-tara que nos enseñaba a hacer Chema. De los sudores de frente que no podíamos limpiarnos porque teníamos las manos como los dioses: con barro suficiente como para hacer lo mismo vírgenes que bolitas, o las primeras cosas que parecían macetas. De los recuerdos cachondones que la imaginación de los presentes fabricaba cuando estirabas el barro para hacer las asas, …
Aquellas Escuelas de Verano de los años ochenta no te olvidan. Yo tampoco.
Goyo
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