La basura como pandemia

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Yo creo que los mayores recurrimos a los recuerdos infantiles porque desconfiamos ya de los frescos frutos mentales y preferimos los de conserva enlatada; tú abres una lata de niñez experimentada y nacen de nuevo valores que ahora mismo siguen pisoteados.

Por ejemplo, aún sé ubicar exactamente -al lado del cementerio de mi pueblo- el lugar reservado para almacenar la basura de todo el vecindario casareño hace medio siglo. Estaba en la zona propia de los estercoleros, verdaderas fábricas de abono orgánico que equilibraban los desechos ganaderos y los provechos agrícolas; pero el montón de basura se componía tan solo con cenizas del picón de los braseros, algunas chapas de botellas de cerveza y algunos cristales rotos. Las latas se había recogido previamente, al igual que los trapos y las suelas de crepé para vendérselas al trapero, que las cambiaba por dulces algarrobas. Y mi pueblo entonces tenía seis mil habitantes y el montón de basura apenas ocupaba cien metros cuadrados y escasamente llegaba al metro de altura y que no era visitado por los pájaros, que preferían picotear en los estercoleros.

Cuando el Desarrollismo hizo su función, aquel montón inerte y gris desapareció porque los nuevos y extraños olores de sobras modernas, molestaban a los muertos y hubo que dedicar un terreno grandioso y apartado al nuevo desperdicio. Y entonces fue la época en la que se instaló la creencia de que había que quemar los residuos domésticos, quizá tratando de imitar aquel tiempo de cenizas.

Como la riqueza y el nivel de diversidad de especies de desechos fue aumentando con tanta porfía, vimos nacer grandes empresas dedicadas al tratamiento de los RSU, que es la manera fina de llamar a los subproductos de la nuestra civilizada forma de consumo. El sistema de abuso que acarrea nuestro actual derroche, apunta a que cada persona de esta región produce más de un kilo de basura diario, cosa que además de pesar, le da por oler mal; así que las autoridades pensaron que con unos buenos depósitos repartidos por las calles, podría el vecindario verter su basura según voluntad. El hecho resultante es que las calles están plagadas de estercoleros a los que no van ni los pájaros.

Que pongan más. Que los laven. Que los incrusten. Que los escondan. Que sean nocturnos. Y así seguimos, a la sana imitación de lo sobrante, produciendo basura en el razonar, con tanta abundancia, que infectamos la radio, la tele, la prensa y el bar.

Hasta dicen que el infecto se recrudece, fuera de los bares, con savias jóvenes al terminar la semana, en lugares aún sin denominación de origen, porque el destino que nos encajona, prohíbe que se planteen dudas. Y esta es la desechada duda de esta semana.

Goyo
21-sep-09

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