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Una vez me robaron en la caseta del huerto. Eran estas la fechas porque ya tenía recogida la cosecha de almendras en la carretilla. De las muchas cosas que se llevaron, también aprovecharon la buena presencia de los frutos secos y me dejaron apenas una tercera parte. Mis sospechas se inclinaban hacia los muchachones de una familia conocida por la mejorable condición de su fama.
Y un día, cercano al del disgusto, vi a uno de ellos sentado en la puerta, al sol tibio de noviembre, machando almendras.
Me acerqué intentando simular al máximo lo que era incapaz de posponer como prejuicio: que esas almendras tan sanas y tan limpias no tenían por qué ser las que fueron mías. Como para ser educado pregunté por lo evidente y me atrevía a pedirle un puñado para probarlas. Allí mismo las partí, ante él, pero no me comí todas; le dije que me reservaba unas cuantas para ir comiéndolas durante el camino a la plaza. Como no tenía prueba y lo que más tenía era sospecha, guardé como unas ocho almendras para mi particular estudio. Estudié lo conveniente y obtuve como recompensa la certeza. Claro que ni quise ni me apeteció revelar el fundamente de la acusación.
Días después, conversando del asunto con uno de los amigos al que había comentado el robo, le dije que el tal sujeto se había comido «mis almendras«, lo que le provocó gesto de burla y pregunta de chanza: ¿Me quieres decir que tú conoces tus almendras?
Y esta es la explicación que le di: guardé las almendras peladas, y cuando tuve tiempo apropiado comencé a partir algunas de las almendras que habían dejado en la carretilla. Cada una de ellas, una vez partida, la observaba detenidamente y todas se mostraban distintas no solo en tamaño, coloración, forma o arrugas externas,… hasta que surgió la identidad: dos almendras mostraban la misma disposición de «arrugas», exactamente el mismo dibujo en sus dos caras, la misma coloración, el mismo diseño en sus curvas,… así fui consiguiendo grupos de almendras peladas que gritaban juntas que cada grupito procedían de un almendro distinto. Descubrí entonces que cada almendro «fabrica sus almendras» con distinción apreciable a simple vista, sin necesidad de complicados estudios genéticos.
Comparados los grupos con las almendras que había guardado, la duda se esfumó: todas ellos pertenecían a algunos de los diecinueve grupos que habían fabricado los diecinueve almendros de mi huerto.
La foto que encabeza esta historia muestra almendras de varios tipos de almendras. Hay diez ordenadas y a su derecha, ocho en desorden. De las diez, las cinco superiores pertenecen a un mismo almendro y de las inferiores, las tres de la izquierda son de otro almendro; las otras dos que quedan a la derecha, son de un tercer almendro. Ambos distintos a los almendros de donde proceden las almendras desordenadas.
Claro que cuando concluí el descubrimiento, el vecino seguro que había dado fin a las almendras que fueron suyas porque yo ya no podía demostrar que habían sido mías.
Ahora, es esta segundo foto, se aprecia la diferencia entre los tres grupos de almendras; las cinco de la primera fila pertenecen a un mismo almendro. En la fila inferior, las tres de izquierda son de otro almendro y las dos de la derecha de otro distinto.
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Puedes comprobarlo tú mismo; búscate dos almendros y observarás como cada uno deja su huella particular en sus frutos.
Goyo
02-nov-10