Siembra una bellota de estas encinas

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Son las viejas encinas que visten, cada vez con decoro más desvencijado, algunos escasos suelos del término municipal de mi pueblo.

Este es un año pobre de frutos, he necesitado más de media hora para recoger unas cincuenta bellotas maduras, sanas aunque pequeñas, para llevarlas a mis buenas amistades e invitarles a que siembren un par de ellas y traten de acompañarlas durante los primeros años de vida. Después, sabrá cada uno resolver dónde la depositarán definitivamente; claro que ello no impide sembrarla ya directamente en el campo y esperar no más de un mes. Este año es rico en voluntades.

 

También he pensado en Argentina, que ya en su Córdoba crecen tres encinas que fueron sembradas hace cuatro años, con bellotas enviadas a la asociación extremeña de allá. Ojalá que también en Buenos Aires, a pesar de la proximidad del verano, arraiguen otras nuevas y crezcan protegidas. Allí irán si a César el embajador le queda un rinconcito en la maleta: unas poquitas de alcornoque y otras poquitas de encina.

Siembra una bellota, aunque nunca tengas la oportunidad de dormir la siesta bajo esa encina, aunque nunca tengas que aprender cómo se hace el turrón del pobre.

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