Por prescripción médica

 

 

 

MLC

 

 

Aprendemos mucho cuando destinamos sentidos y voluntad a la misión de adaptarnos a situaciones nuevas e inesperadas; pero aprendemos más y mejor cuando la necesidad de interpretar ha de superar un posible mal entendido, una explicación complicada o una gloriosa  e inusual interpretación.

Para el caso de ahora, conviene fijar que los protagonistas de la anécdota son los miembros de una pareja conocida por el vecindario como matrimonio dado a las discusiones de elevado volumen y rápido descenso de la tensión porque hay otras cosas más importantes que seguir haciendo.

Ella responde a MLC y él a JLC; ambos de condición labriega, hogareña, rústica, sin dobleces, práctica y desajena de vergüenzas.

Entonces ocurrió que en la bronca de aquella mañana, el marido estaba dentro de casa y la esposa fuera, barriendo su parte de calle y fachada. Los dos en sus quehaceres de preparar los atajarres de las bestias y amontonar la escasa basura que mostraba la calle. Y a pesar del esmero en sus ocupaciones, ambos, proseguían alterados en la esgrima de razonamientos y acusaciones. No sabemos el motivo exacto de la querella y sí apreciamos que el nivel de irritación se elevaba sobre todo en la acalorada esposa.

Es entonces cuando se quita ella una zapatilla y se la lanza al oponente que, con visión cautelosa, evita el golpe tornando un poco la puerta que le sirve como escudo y desvía la alpargata -sin haber encontrado blanco- al medio del zaguán; por lo que se envalentona el esposo y le sirve de acicate para hacerle ver a su enfadada cónyuge su mala puntería, su mal perder y su mala leche. No debió vocear el marido estas dos últimas palabras a los vientos, porque entonces entendió ella que habría llegado a oídos de las vecinas la fama que no deseaba y, en ademán aún más ágil y violento, se quitó la otra zapatilla y la lanzó alcanzando el mismo éxito, aprovechando el escudero para cerrar totalmente la puerta y atrancarla, dejando en las afueras a su esposa agarrada a la escoba y repleta de irritación.

De cómo salir de la situación que había dejado de ser privada y convertida en pública y notoria, era el desafío y la prueba de aprendizaje para evitar el ridículo que dicen que trae siempre el fracaso. Ella apoyó la escoba junto al dintel de la puerta y emprendió airosa el camino al comercio, no sin antes anunciar bien alto que se le había olvidado comprar el azúcar y la harina.

Al doblar la esquina, llegando al comercio, otra vecina que no estuvo presente en el apasionado debate le pregunta:

– ¿Cómo es que vas descalza, María?

– Estoy mal de la espalda y me ha dicho el médico que no ande con zapatillas.

Y así valió la impronta para certificar la maestría.

 

Goyo

24-mar-15

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