El mito de la dehesa.

La dehesa es el resultado de la primera agresión estudiada contra el bosque mediterráneo. Adehesar, hacer dehesa, supone reservar, proteger, poner en relevancia -esencialmente- dos especies arbóreas (encina/alcornoque) a la vez que se elimina el resto de arbolado, todas las especies arbustivas y una gran parte de las herbáceas, lo que ocasiona la eliminación de mucha microfauna y microflora, muchos tipos de insectos y, por ende, reduce la diversidad y las poblaciones de invertebrados, de reptiles, de anfibios, de peces, de aves,… y de mamíferos, sin que por ello suponga riesgo significativo para la especie humana. O eso se cree.

Esto último, el hecho aparente de no suponer peligro para la especie humana, es el gran inconveniente; digamos que no se nota, como la hipertensión arterial, aunque a la larga daña al músculo, al complejo cardiovascular, al sistema renal,…

Muchas voces usuales que ahora suenan, defienden con renovado orgullo que el sistema agropecuario enclavado en la dehesa es un ejemplo de armonía ecológica. Yo no lo tengo muy claro.
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Me inclino a favor de las estampas de encinares sobre suelos con alfombra verde, sobre el que berrea un venado o sobre el que hoza una piara, o sobre el que picotea una avutarda,… pero eso no es biocenosis completa; es una biocenosis reducida porque el biotopo ya fue intencionadamente alterado. Las estampas de los dulces encinares, son imágenes muy agradables al sentido de la vista, que es sin duda el que primero que utilizamos para valorar una alteración que sufra la Naturaleza; pero no es el único parámetro científico. Es más, son otras las medidas y las dimensiones -muchas veces no perceptibles a ningunos de nuestro sistema sensorial- las que determinan un resquebrajamiento de lo natural ocasionado por la acción humana, una erosión medioambiental, un ataque al biotopo. Estas agresiones suelen tener beneplácito moral cuando se ejecutan a cambio de una incierta garantía de supervivencia humana; pero lo que suele ser en nuestros días preocupante es que las agresiones intencionadas se cifran a cambio de tanto beneficio economicista como perjuicio medioambiental. El arma depredatoria por excelencia es, en la especie humana, el dinero, no la supervivencia de la especie.

Entonces, y para eso, se mira de nuevo hacia la dehesa, a ver cómo podemos mantener la valía de sus pasados frutos. Otra breve mirada al pasado quizá también convenga. Pero los campos de la dehesa ya no se roturan, el encinar no se renueva, la ganadería vacuna dilapida árboles como si ese fuese su pienso. No nos debe extrañar que todo el ámbito del encinar sea sensible a microorganismos oportunistas que explicarían con precisión el fenómeno de «la seca».

Hasta el año 924 no aparece el término dehesa según constata el diccionario de Joan Coromines, aunque con anterioridad nos encontramos en las Leyes visigodas la palabra referida al acotamiento de predios, el llamado pratum defensum, seguramente heredado de los romanos. El término del aquel primer castellano «defensa» derivará en el nuevo «dehesa», según los estudiosos que hace referencia al terreno acotado al libre pastoreo de los ganados de la trashumancia de la poderosa Mesta.

La razón y la lógica de tanto descalabro vegetal y animal no es otra que asegurar al pastor, al vaquero, al porquero,… una mejor visibilidad para controlar el ganado, para evitar pérdidas, para impedir los ataques de los lobos,… en fin, para asegurar pastos más abundantes que los que permitiría la diversidad arbustiva del sotobosque mediterráneo. Una breve relación de arbustos que «estorban» en la dehesa, quizá nos facilite imaginación del rosario de vida animal y vegetal que desaparecen en beneficio de las especies de hierbas gramíneas bajo la presencia de alcornoques y encinas: los lentiscos, las cornicabras, los labiérnagos, las jaras, los tomillos y cantuesos, la aulaga, la escoba, la retama, el brezo, el romero, la lavanda, aladiernos, torviscas,…

Y, además, todas las siguientes especies arbóreas son declaradas «inútiles» para la dehesa: el pino carrasco, el pino piñonero, la sabina, el madroño, el quejigo, el roble meloso,…; con lo que el bosque mixto, el impenetrable hábitat del jabalí, el lince, la gineta,…el bosque galería y las zonas en el que aparecen especies frondosas como el álamo, el chopo o el olmo que podemos encontrar en los márgenes de los ríos, lagos y lagunas, se desbrozan, se descuajan, para disponer suelos más controlados y serviciales a las labores de pastoreo. Otros de los aprovechamientos derivados se cifran en obtener tierras para cultivo, leña y corcho; porque la bondad de la silvicultura que concede el sotobosque mediterráneo ha quedado ya eliminada.

Como condicionante sociológico, hubo un tiempo en el que la existencia de la dehesa favoreció pequeños asentamientos rurales, o que incluso fijó población en los pequeños pueblos; pero hoy ya no podemos argumentar en su favor este freno natural a la huida del mundo rural hacia la ciudad.

Suele percibirse cada vez con mayor rotundidad que el tratamiento del complejo agropecuario de la dehesa tiende a una especie de abandono de las artes tradicionales; primero porque los trabajos y labores del campo han cedido al maquinismo y con ello, oficios, saberes y especialistas han desaparecido.

Se aproximan tiempos donde otra vez la subvención pública ayudará a que la propiedad de la tierra y su potencial de cambio monetario, siga estando en manos y en voluntades ajenas a principios conservacionistas.

Goyo
23-feb-11
Contra otro golpe al estado natural.
Bande

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