Romper con la semana para edificar el trabajo

 

 

Quizá baste con modificarla, ajustarla, en atención a lo que hemos evolucionado a lo largo de muchos siglos.

El cómputo del tiempo no siempre atiende al ciclo que sugiere o impone el acontecer astronómico; un giro de rotación de nuestro planeta nos sirve para medir un día. Una vuelta de la Tierra alrededor de la estrella es un año. El tiempo que emplea el satélite Luna en mostrar de nuevo toda su superficie iluminada lo utilizaron muchas civilizaciones. Y de estas tres medidas, parece que sólo las dos primeras se han instalado en nuestra sabiduría y en nuestra cultura de forma inquebrantable. Es la Naturaleza quien las impone, aunque las diferentes sociedades hayan acordado otras formas de medir el tiempo: los segundos, las horas, los siglos,…la semana.

El origen de la medida del tiempo en semanas es de carácter religioso aunque cada una de sus siete partes tenga reminiscencia natural. Llamamos semana al ciclo compuesto por siete jornadas seguidas; es decir al período de 7 días naturales con carácter de consecutivos, empezando por el lunes y concluyendo en el domingo. En atención a uno de los principios teocráticos judeocristianos, hasta ahora, se tiende a aplicar la teoría de la creación al proceso laboral: se trabajan seis días y se descansa al séptimo.

En 1988 se firmó la norma ISO 8601, que es la convención internacional que indica el orden de los días de la semana. Esta norma establece que la semana comienza el lunes y finaliza el domingo, siendo la norma que se sigue en la inmensa mayoría de los países del mundo.

El carácter evolutivo de la distribución del tiempo semanal entre trabajo y ocio, nos está empujando a considerar otras formas de descansar, otras formas de trabajar. Máxime si constatamos que la invasión de mejoras del maquinismo y la inmediatez de la robótica provocan una reducción del tiempo de ocupación laboral y un aumento desmesurado del tiempo que puede dedicarse al ocio.

Creo que la respuesta más inteligente y adecuada -además de ajustarse a las tendencias de reducción del tiempo de trabajo- requiere transmutar el tiempo de ocio en tiempo de trabajo para así dar más ofertas laborales a fin de reducir el problema del paro.

En épocas pasadas, la duración del trabajo diario se hacía coincidir con la duración de la luz solar; poco a poco, la historia conoció otras normas menos ingratas. En Inglaterra, por ejemplo, la primera regulación legal en materia de trabajo, data de 1833; aquella Factory Act, limitaba a 12 horas la jornada de trabajo para los niños menores de 18 años. Ya puede imaginar la jornada de las personas adultas. También debe imaginar la cantidad de ocio, de tiempo libre, previsto para la persona trabajadora sin olvidar el plano reivindicativo del mundo obrero.

Ello supuso hace más de medio siglo la aventura de dictar por ley una jornada máxima de ocho horas diarias y un correspondiente descanso semanal que se ha ido agrandando y parece no tener fin. Para ambas situaciones apunté meses atrás algunas reflexiones que quizá convenga revisar: tal vez sea viable una jornada laboral de seis horas con la proporcional reducción de salario y quizá no sea de locos comenzar a pensar en otra concepción de la semana diferente a como la dibuja el Génesis o la impuso la cultura judía.

La cantidad de trabajo que una sociedad requiere de sus miembros tiene mucho que ver con las herramientas que se facilitan a las personas trabajadoras. Bien pronto me parece que nos hemos olvidado del avance de nuevo maquinismo, y que incluso el ocio -no ya el trabajo- viene dispuesto en máquinas. El resultado es que no sólo se dulcifica la pena del trabajo sino el tiempo necesario; y esto último, aunque requiere una menor cantidad de trabajadores implica mayor riesgo de desempleos.

Hace ya diez años que propuse a los ruedos de las redes sociales la idea en la que vuelvo a insistir porque ya no soy el único que se dedica a pensar en nuevas alternativas. Algunos colectivos, grupos y políticos, atentos a afrontar este desafío, comienzan a reivindicar una semana con tan solo cuatro días de trabajo. Así, sin más detalles, me parece erróneo y calamitoso.

La sociedad alemana acaba de contemplar la posibilidad de reducir la semana laboral a cuatro días y yo creo así, en seco, que esta alternativa queda coja e incompleta porque no aclara cómo deben organizarse el resto de los tres días de la semana.

Lo de trabajar menos de ocho horas diarias, además de ser apetecible, implica la necesidad de reorganizar el resto de las horas del día. De la misma manera, reducir el trabajo a cuatro días de la semana, exige reorganizar los tres restantes de forma que la sociedad en su conjunto no sufra deficiencias de atención; pues estamos habituados a que los servicios de lo que denominamos “Estado del Bienestar” permanezcan en funcionamiento a cualquier hora del día y en cualquier día del año. No queda entonces otra salida que repartirnos entre servicios y días.

Hemos dicho que por ancestrales condiciones teocráticas se impuso que el ámbito temporal debía ordenarse en periodos del número siete; que aunque siga siendo mágico, ocasiona tendencias egoístas: todo el mundo se apunta a descansar sábado y domingo; incluso ya hay quien defiende que también el viernes. Y resulta que los niños, las atletas y las neurólogas también se pueden poner malitos el sábado, tener un accidente deportivo el domingo o requerir los servicios de la policía el viernes. Conclusión: aunque se estableciese una jornada semanal de cuatro días, seguiríamos exigiendo que los servicios públicos funcionasen durante el triduo de cada fin de semana. Igual para los privados.

Quizá sea más apropiado a nuestros tiempos acordar que podríamos trabajar, y alternar periodos de trabajo y ocio de tal forma que quien opte -o se le imponga- trabajar seis u ocho horas en el periodo lunesmartesmiércolejueves, descansará el periodo viernessábadodomingo. Y viceversa. Con posibilidad de intercambio, alternancia, convenios y ajustes.

Creo que además de la mejora de las condiciones del mundo del trabajo, las más afortunadas serían las condiciones de intercambio cultural, comercial y social entre pueblos y ciudades, entre orígenes y destinos, con el consiguiente y agradable relax de no saber qué fin de semana es el más apetecible; si el que comienza en lunes y acaba el jueves o el comienza el viernes y acaba en domingo.

Parece que las cosas puedan ir cambiando.

Y acerca de la jubilación, la concepción del Estado del Bienestar apunta a una personalización de las condiciones laborales de manera que cabe esperar diferentes formas de abandonar, reducir o cambiar de trabajo sin que una determinada edad sea la clave definitoria. Y conviene buscar planteamientos de un periodo de tránsito hacia la jubilación definitiva con jornadas adaptadas al trabajador y/o a la empresa o administración.

Gregorio Tovar Barrantes

26-oct-20

 

Para leer más.

Spanishrevolution (II)

¿ Por una jornada laboral de seis horas ?

Trabajar a ritmo 3/4

Triduum versus Quatriduum (II)

Sevilla tuvo que ser

El trabajo del ocio

Las horas de los bárbaros del norte

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hace ya diez años que propuse a los ruedos de las redes sociales la idea en la que vuelvo a insistir porque ya no soy el único que se dedica a pensar en nuevas alternativas. Algunos colectivos, grupos y políticos, atentos a afrontar este desafío, comienzan a reivindicar una semana con tan solo cuatro días de trabajo. Así, sin más detalles, me parece erróneo y calamitoso.

 

La sociedad alemana acaba de contemplar la posibilidad de reducir la semana laboral a cuatro días y yo creo así, en seco, que esta alternativa queda coja e incompleta porque no aclara cómo deben organizarse el resto de los tres días de la semana.

Lo de trabajar menos de ocho horas diarias, además de ser apetecible, implica la necesidad de reorganizar el resto de las horas del día. De la misma manera, reducir el trabajo a cuatro días de la semana, exige reorganizar los tres restantes de forma que la sociedad en su conjunto no sufra deficiencias de atención; pues estamos habituados a que los servicios de lo que denominamos “Estado del Bienestar” permanezcan en funcionamiento a cualquier hora del día y en cualquier día del año. No queda entonces otra salida que repartirnos entre servicios y días.

 

Hemos dicho que por ancestrales condiciones teocráticas se impuso que el ámbito temporal debía ordenarse en periodos del número siete; que aunque siga siendo mágico, ocasiona tendencias egoístas: todo el mundo se apunta a descansar sábado y domingo; incluso ya hay quien defiende que también el viernes. Y resulta que los niños, las atletas y las neurólogas también se pueden poner malitos el sábado, tener un accidente deportivo el domingo o requerir los servicios de la policía el viernes. Conclusión: aunque se estableciese una jornada semanal de cuatro días, seguiríamos exigiendo que los servicios públicos funcionasen durante el triduo de cada fin de semana. Igual para los privados.

Quizá sea más apropiado a nuestros tiempos acordar que podríamos trabajar, y alternar periodos de trabajo y ocio de tal forma que quien opte -o se le imponga- trabajar seis u ocho horas en el periodo lunesmartesmiércolejueves, descansará el periodo viernessábadodomingo. Y viceversa. Con posibilidad de intercambio, alternancia, convenios y ajustes.

Creo que además de la mejora de las condiciones del mundo del trabajo, las más afortunadas serían las condiciones de intercambio cultural, comercial y social entre pueblos y ciudades, entre orígenes y destinos, con el consiguiente y agradable relax de no saber qué fin de semana es el más apetecible; si el que comienza en lunes y acaba el jueves o el comienza el viernes y acaba en domingo.

Parece que las cosas puedan ir cambiando.

Y acerca de la jubilación, la concepción del Estado del Bienestar apunta a una personalización de las condiciones laborales de manera que cabe esperar diferentes formas de abandonar, reducir o cambiar de trabajo sin que una determinada edad sea la clave definitoria. Y conviene buscar planteamientos de un periodo de tránsito hacia la jubilación definitiva con jornadas adaptadas al trabajador y/o a la empresa o administración.

 

 

Para leer más.

Spanishrevolution (II)

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El trabajo del ocio

Las horas de los bárbaros del norte

 

 

 

 

 

 

 

Gregorio Tovar Barrantes

26-oct-20

Otra semana

 

Eso de no cambiar tiene sus fijas consecuencias. Hay personas que se asustan al llegar el lunes, otras lucen cuerpo los sábados, cuando llega el miércoles hay gente que piensa que el viernes está cerca y suele ocurrir que utilizamos los domingos para prometernos que el nuevo régimen culinario se aplicará al día siguiente. Así construimos una diversidad congelada en clave del número mágico, el siete. Desde los asirios hasta los frikys utilizamos el cómputo semanal para organizar trabajo y descanso.

Cuando contemplamos que España se vacía en los pueblos y se atora en la ciudades, conviene que se despierten ofertas para equilibrar vicios y virtudes. A mí me parece observar que estamos fabricando una tendencia a vaciar las ciudades durante viernes, sábado y domingo; lo que implica que algo de los pueblos se llena. Por eso, de nuevo surgen opiniones tendentes a certificar el cambio de la tradicional semana de siete días por otra menos cansina que suponga compartir la tradicional semana en dos trozos: uno de cuatro días y el otro de tres. Así, algunas actividades comerciales y de ocio bien pudiera que fuesen trasladada en parte a los pueblos ocasionando entonces otras opciones de trabajo y descanso.

El problema radica en que nuestra llamada «Sociedad del Bienestar» está habituada a que sus servicios estén disponibles las 24 horas a la vez que los usuarios tratamos de reducir tiempo de trabajo y aumentar los descansos.

Esta opción puede ser articulada tanto por las administraciones públicas como por las empresas privadas; los servicios estarían disponibles mayor número de horas sin necesidad de que el horario del trabajador coincida con la disponibilidad del servicio. Podemos así trabajar menos y dedicar más gente a trabajar.

Podríamos acordar trabajar y alternar periodos de descanso de tal forma que quien decida -o se le imponga- trabajar durante el periodo lunesmartesmiércolejueves, descansará todas las horas del periodo viernessábadodomingo. O viceversa. Con posibilidad de intercambio, alternancia y demás ajustes. O indagar en la jornada de seis horas, que también es múltiplo de veinticuatro para cumplir y facilitar los turnos.

Quizá de esta forma, todo el mundo estaría afectado por la duda de si es mejor trabajar el fin de semana o descansar de lunes a viernes.

Otra semana, otra jornada.

 

De nuevo surgen opiniones tendentes a certificar el cambio de la tradicional semana de siete días por otra menos cansina. Cuando hace más de un siglo, Paraguay irrumpió en la historia decretando por primera vez la jornada de ocho horas, hubo sustos; lo que no impidió que nuestra ibérica España figure como primer país europeo en instaurar tal jornada. Que no se olvide.

En nuestros días, lo de trabajar menos de ocho horas diarias puede ser apetecible; pero estamos habituados a que los servicios de lo que denominamos “Estado del Bienestar” permanezcan en funcionamiento las veinticuatro horas. No queda entonces otra salida que repartirnos entre servicios y días. Si se quiere trabajar menos, habrá que dedicar más gente al trabajo.

Lo teocrático impuso que la medida del tiempo debía ordenarse en periodos del incómodo número siete; que aunque siga siendo mágico, ocasiona tendencias egoístas: todo el mundo se apunta a descansar sábado y domingo; incluso ya hay quien defiende que también el viernes, incluso en ambientes universitarios se festeja el jueves. Y resulta que los niños, las atletas y las neurólogas también se pueden poner malitos el sábado, tener un accidente deportivo el domingo o requerir los servicios de la policía el viernes. Conclusión: estamos acostumbrados a no dejar descanso a los servicios públicos durante el triduo de cada fin de semana, así como somos incapaces de asegurar ausencia de averías domésticas en cualquiera de sus días. Lo democrático será ahora discutir el salario.

Dudo si podríamos acordar trabajar y alternar periodos de descanso de tal forma que quien decida -o se le imponga- trabajar ocho horas diarias durante el periodo lunesmartesmiércolejueves, descansará todas las horas del periodo viernessábadodomingo. Y viceversa. Con posibilidad de intercambio, alternancia y demás ajustes. O indagar en la jornada de seis horas, que también es múltiplo de veinticuatro para cumplir con turnos.

Pero lo más afortunado serían las condiciones de intercambio comercial y social entre pueblos, con la consiguiente duda de no saber qué fin de semana es el más apetecible; si el que comienza en lunes o el que acaba en domingo. Puede que incluso así la gente deje las bajas por enfermedad para los días de descanso y los servicios públicos mejoren en salud.

Goyo

10-oct-18