El vivir será a la vivienda de la misma forma que el morir lo sería a la «morienda», que dicen que lo correcto es «muerte». El vivir parece que se sustenta en respirar a un ritmo aproximado de ocho veces menor que el ritmo de los latidos del corazón; todos los médicos, en todas las moriendas, certifican que la causa es una parada cardiorrespiratoria. No hay excepciones a tal regla, no puede el corazón seguir latiendo y paralizar los pulmones, o al revés. Todos terminamos en una parada cardiorrespiratoria.
Sin embargo, el incomprensible orden humano es capaz de subsistir, crecer y desarrollarse de forma que aún existiendo más de tres millones de casas sin habitar, de viviendas vacías, unas 30.000 personas duermen en la calle cada día en nuestro país. Hagan la cuenta perversa y demagógica: cada indigente nacional es dueño potencial de cien viviendas, pudiendo elegir entre chalets, duplex, áticos, estudio y algún que otro edificio singular habitable; pero sigue el indigente con el mal hábito de no saber por dónde decidirse optando por la simpleza de los puentes, de los bancos de los parques o del extenso y diáfano suelo patrio.
Tres millones de viviendas, pueden albergar -al modo de nuestras cuentas- a unos tres millones de familias, que a tres escasos miembros por unidad familiar, nos daría un cómputo aseado de nueve millones de españoles bajo techo, que lo mismo en tiempo de estrecheces y penurias podrían albergar al doble de lo señalado. Un país para pensárselo. Un déficit social superior al 20%.
Bien, ya sabemos a dónde nos llevaron las fiebres del urbanismo hormigonado.
Goyo
05-mar-12