Trilema

gata.jpg

Entre todas las cosas que tiene mi madre, ahora interesa saber que le duele que las gallinas pelechen y que la gata sea una pitorrera; también tiene ya mi madre sus ochenta y cuatro años retorcidos y arrugados, y un torrente de voz clara que inunda los campos. Cuando vamos al huerto se invaden los alrededores con llamadas a la gata, que hace una quincena que no sabemos bien dónde habrá ido a parir; ya está seca y despeinada, con la ubres sin cuidar y remolona como siempre. Mi madre es exigente con la gata: quiere que esté allí cuando ella llega y no le gusta que se pierda por los contornos. Yo trato de hacerle ver que los gatos son más libres que las gallinas y no resisten ataduras.

El huerto no está muy lejos del cementerio, que es la otra marca cotidiana de visita. Justo al lado de los tres cipreses que se clavan en el cielo, lleva mi madre flores a mi padre y comenta sin precaución cómo se marchitan las rosas o cómo se equivoca el tío del tiempo que dijo anoche que iba a llover.

Ese día, desde lo alto del tejado del panteón de los Andrada, la gata señaló maullando el saludo de apego y, mi madre, sorprendida por visita y aclamación, también clama que qué hace allí arriba y que por qué no busca a los gatinos y se los lleva al huerto, que es donde tienen que estar. Riñiéndole con gana.

Y la gata vuelve a restregarse el cuello sobre las tejas y sigue pegando la hebra. Y las voces claras se alternan con los maullidos.

Así que tal grado de extraña y sonora conversación hace venir a Juan Carracacha, que es el enterrador, que ve a mi madre y a la gata en tal parloteo, que entonces descubre que el ama de esa gata que merodea buscando nidos, resulta que es la señora Julia. Ahora mi madre aclara a Juan que la gata está recién paría y es natural que ande buscando pájaros para las crías y Juan aclara a mi madre que lo único que puede hacer la gata si sigue por allí, es levantar las tejas y joder los tejados de los panteones, porque seguro que tiene los gatos allí cerca y que por lo tanto se ha de advertir muy seriamente al animal para que deje la costumbre de venir a molestar la paz, las tejas y los pájaros.

Y a mi madre le sobreviene la honda preocupación de cómo convencer a la gata para que allí no vuelva y lleve los gatitos al huerto.

De esta forma, yo no sé si lo procedente es regañar a la gata, censurar al sepulturero o amonestar a mi madre.

Goyo

01-jun-07

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.