Alcohol y caballos

Arroyo.
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Admitamos que ya está suficientemente probado que las copas alegran los caballos de los motores con la misma seguridad que alimentan riesgos mortales.

Pero resulta que cuando se conducen verdaderos caballos vivos, nadie toma como precaución someterse a las mismas reglas como cuando lo hace con caballos mecánicos.

La leyenda dice que una batalla que los cristianos ganaron a los moros fue el motivo de una carrera al galope para llevar pronto la noticia al pueblo. Desde hace siglos, la repetición se mantiene reduciéndose el hecho a la carrera, que se hace a lo largo de una larga calle del pueblo, donde los curiosos componen una peligrosa -por gruesa- hilera a ambos lados de la calle y por su medio galopan parejas de caballos que, para ser vistosos a la costumbre, los jinetes deben agarrarse de los brazos. Y más detalles que ahora no cuento.
En la fiesta arroyana de la Virgen de la Luz, el año pasado se produjo un accidente quizá evitable: un políca municipal falleció debido al violento choque de un caballo a la carrera contra el cuerpo estático que aconsejaba al público que despejasen la calle; cuando quiso percatarse de la proximidad del caballo, ya no tuvo tiempo ni de gritar. Una paisana me comenta que aún es incapaz de olvidar el extraño ruido provocado por el impacto crudo de un cuerpo sobre el otro.

Muchos años lleva celebrándose y cabe esperar que continúe porque las tradiciones mezcladas con este tipo de creencias son recalcitrantes en extremo.

Escribo esto por encontrar a gentes que sin provocar fanatismos contrarios, vayamos entendiendo que también debería hacerse soplar a los jinetes participantes, no con el ánimo de sancionar, sino con el de asegurar la excelente predisposición a la carrera noble.

Para otro año, trataremos de cómo la torpeza y altanería de la gente mirona.

Goyo
05-abril-10