Cuando leí por primera vez los renglones del portugués describiendo la crucifixión del nazareno, se almacenó en mí envidia suficiente para asegurar que me gustaría parecerme a José Saramago. Antes, mi buen amigo Molina me hizo llegar el discurso que don José escribió y leyó en Estocolmo en el acto de entrega del premio Nobel: supe bien desde entonces que Saramago tenía el alma teñida de lo universal ibérico y, en lo que pudiese, debía esforzarme en acompañar su valeroso compromiso social y su entendedera antropológica; sobre todo, porque encontraba tantas coincidencias, que apenas me cuesta pensar y ser como creo que piensa y es José Saramago. Otra cosa muy distinta es escribirlo.
Así que un buen día lo hice cómodo y convencido, explicándole mi apuesta por la Bandera Medioambiental y solicitándole su apoyo si así le apetecía. A los pocos días me respondió con una nota manuscrita repleta de múltiples tesoros: la mano, la idea, la decisión, la generosidad,…de los irrepetibles.
Hoy quiero sacarla a la luz, hacerla pública, porque conviene agradecer los gestos sencillos que parecen que cuestan poco, pero valen mucho.
Gracias maestro.
Goyo