Para un extraño a lo extremeño del norte, una cereza podrá parecerle el resultado rojo de afrutar aceitunas o el castigo reductor y dulce del tomate del amigo San Tiago. Un picota -para el gentÃo de los valles, las rañas y las costanas del Jerte, del Ambroz y de la Vera -es algo más elevado que el palo de castigo público del mojón granÃtico para sujetar el escarnio. Una cereza de Piornal -que ni siquiera está en un valle- es mucho más que una guinda.
Para el calor seco y rotundo del verano de la cuenca del Tajo, dicen que no existe mejor remedio vitamÃnico y refrescante que un plato de picotas -yo prefiero la ambrunés- recién sacado del frigorÃfico. Pero esta técnica naturista no debéis darla a conocer con profusión, que luego llegan los foráneos, prueban el invento, demandan cerezas, nos suben los precios y tenemos que cambiar las crujientes cerezas del norte de Cáceres por las rojas, artificiales e insÃpidas sandÃas de las aguas salobres de AlmerÃa.
Por eso, no deben hacer mucho caso a los nuevos intentos de extender los pocos vicios divinos que nos dejó la diosa Naturaleza y el trabajo de los paisanos.
Goyo
13-jun-07