Siendo como soy –un poco sordo- siempre me agradó el sonido penetrante de la campana. Las campanas contables del Ayuntamiento de mi pueblo, la campanilla que tenía mi maestro Don Juan, las campanas lejanas de la torre,… aún me llaman con una campana marinera cuando nos juntamos para el aperitivo dominical, porque estoy allí abajo, en la viña… Siempre he tenido la suerte de estar a la prudente distancia para que la campana casi me santifique el tiempo.
Pero leo hoy que otra persona lleva padeciendo años el rítmico alboroto de las campanas de la catedral de Jaén. Hecha las mediciones, la administración concluye que en verdad el ruido es “no aceptable”, que en lenguaje llano se dice: insoportable.
Pues yo tengo dos remedios, ambos muy al uso de estos días: o se enlaza al badajo o se le pone un condón.
Goyo
25-mar-09