A Manuel Marín

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Yo siempre pensé que la condición de sindicalista era más poderosa social y políticamente que la de afiliado a un partido. Para mis valores internos, los de “comisiones” me parecían más comunistas que los del PC y los “ugetistas” me siguen pareciendo más socialistas que los del PSOE. Pero estas valoraciones no las tengáis ya muy en consideración; es mejor despreciarlas sino queréis sufrir ese tipo de rechazos que sólo se producen en las mismas entrañas.

Yo era ya entonces ugetista de pasión y trabajo, en aquella Bélgica del 82 que con tanto cariño nos acogía. La FGTB (Federation Génerale de Travailleurs Belges) nos trató con verdadera pasión fraternal: parecían molestarse si no encontraban motivo o excusa para una ayuda, para un acto de alegría solidaria, para una manifestación cercana a la devoción,… los trabajadores belgas rompieron así las primeras fronteras idiotas y nos mostraron su “plat pays”.

Y yo seguía en mis catorce sindicales; quizá por ello, Francisco Santín -ugetista y socialista a parte belga y a parte hispana- me persuadió para que extendiese mis compromisos al terreno del partido. Tuve entonces como maestros a aquellos socialistas vascos que corrieron y jugaron la infancia con Ramón Rubial y con Nicolás Redondo. Y también tuve como maestros de asamblea y destilación democrática, a los mineros asturianos exilados a la cuenca de la Meuse.

Así que en la Rue Lambert Grisard nº 1 de la ciudad belga de Lieja, nos reuniamos los sindicalistas que atizábamos la lumbre del PSOE en el exterior. Lo apropiado en aquellas fechas de los ochenta es que uno de los “manolos” viniese a visitar al personal variado y exhultante: daba igual Morán que Marín (con todo lo que de verdad cachonda tienen estos apellidos al pronunciarlos un francófono).

Y fue a Manuel Marín a quien le correspondió estar con nosotros. El mediano y sencillo salón estaba atiborrado y hacía el calor incómodo de la mucha gente para tan poco sitio. Nosotros estábamos incrustados frente al conferenciante, compartiendo mesa presidencial pero formando parte del mismo brasero, de tal forma que cuando Marín extendió sus piernas para cambiar de posición, las espinillas de nuestra amiga sintieron los zapatos del Manolo.Y esa fue la anécdota sencilla y cercana que me apetece ahora recordar.

Después de muchos años, tuve otra vez la oportunidad de estar cerca de Marín -uno cuenta estas cosas porque son en verdad contables- fue en una convención que el PSOE organizó en un exquisito hotel madrileño y eran los tiempos del poderío pepero; los días y las circunstancias explicaban el bajo nivel de ilusiones que alimentaba el ambiente. Allí estuvo Manuel Marín y un panel de gente sabia. A la hora del suculento buffet, le pasé una pequeña nota de mi cosecha personal que decía: “El estado del bienestar es aquel que provoca malestar en los poderosos”. Se guardó la nota y me pagó con una torcida y simpática sonrisa.

Ahora me entero que dice que deja la política de primera línea para adentrarse en la docencia y en el terreno del compromiso ecologista. Me tiene confundido: yo creía que la primera línea política estaba en la docencia y en el compromiso ecologista.

Lo mismo los periódicos no se enteran de lo que dice.

Seguro que ahora le sienta mejor nuestra bandera.

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Goyo

18-nov-07

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