El pan

 

 

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Ignoro cómo ha sido; pero el caso es que en una de las calles de mi pueblo se ha caído un pan. Allí estaba, tendido a la larga, boca arriba, largo como un día sin él, expuesto a la vista de los transeúntes, a los hocicos de los perros y a las ruedas de los coches. Eran las 11 horas y 38 minutos.

 

No presentaba síntomas de haber sido empujado, maltratado,… o de habérsele aplicado la última directiva comunitaria; su color de puro pan comestible era un anuncio insolente sobre el venenoso asfalto. A punto estuve de parar, bajarme del coche y echarle una mano; pero al mirar por el espejo retrovisor, vi que otro coche esperaba a que yo iniciase la marcha desde el stop. La conductora levantaba la mano como diciendo que tenía prisas la moza.

Inicié la marcha, giré levemente el volante para evitar atropellarlo y, más atento a lo que pasaba en las calles que a lo que reposaba, seguí hasta casa. No tuve la valentía de bajarme y prestarle socorro.

Si quiera para las gallinas… -pensé entonces-.

Son las doce y doce, sigo pensando en muchas cosas y me entran las ganas de volver al sitio del acto, como hacen los criminales.

Lo mismo está ya aplastado para festín de los gorriones del parque, lo mismo un espíritu más cuidadoso lo ha redimido con sonrisas, tal vez un perro vagabundo haya encontrado ternura gratuita, quizá siga allí aún,…

Quizá debí poner las intermitencias, colocar los triángulos y vestirme de verde fosforito para ver qué le pasaba; pero he sido muy respetuoso con las normas humanas de tráfico e indelicado con las alimentarias.

También he sido un imbécil y un traidor a los dolores del hambre.

Lo que cuento hoy por si alguien quiere llamarme la atención.

 

Goyo

04-ago-08

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