Me hace llegar mi amigo Goyo Tovar un delicioso articulo que no puedo resistirme en publicar, disfrutad de el:
Cuando el tío Pedro, el hijo de tío Julio “El Largo”, me atravesó la atención para que aprendiera que los regatos llevan siempre la escritura bajo el brazo, yo no hice al principio mucho caso al alcance sabio que tiene la observación. Con el paso de otras observaciones y experiencias he tenido tiempo de aprender de la historia del agua y de cómo se comporta incluso en la época de escasez.
Era niñito cuando por primera vez vi vacas y ovejas panzudas flotando dentro de una cuadra que se había anegado en un rato de violentísima y caprichosa tormenta invernal; el tinado se había construido sobre el suelo del lecho que el arroyo dice que es suyo cada treinta o cuarenta años. Aunque no eran tiempos democráticos, el dueño ya culpaba a la previsión del alcalde, que para eso no hace falta democracia que valga; pues los señores alcaldes y las señoras alcaldesas tanto deben ordenar a las tormentas como consentir las acciones urbanísticas más descaradas.
Muchos años más tarde aprendí de otras gentes que se preocupaban en hacer leyes para regular los problemas de las aguas del campo y los asuntos de las aguas del mar; la Ley de Aguas y la Ley de Costas siguen siendo tan envilecidas que debiera pasarle lo que fue de aquella Ley de Vagos y Maleantes: quitémosla del medio y desaparece lo indeciso y lo dañino.
De vez en cuando, los cauces reivindican con ejemplos temerosos. No voy a dar nombres. Una cosa es montar un tipi en las islas de aluvión del delta del Mississippi y otra muy distinta es invadir marismas con hormigón y ladrillo; nosotros, los humanos, tan inventores, descubrimos que haciendo diques se retiene el agua y la escritura pública notarial puede levantarse a nombre de los numerosos y diversos pobladores del tálamo, incluso con autoridades a la cabeza,… y así se resiste incluso la friolera de trescientos años. Claro, se había olvidado que el Mississippi es un poquito más ancho y largo que el arroyo Talaván y lo que ha hecho -desgraciadamente- es ir directamente a la expropiación sin molestarse en sacarse la escritura bajo el brazo.
Otro estado de calamidad decisiva y convincente, estado que la exsenadora Carol M. Brown denunció nerviosa y atolondroda ante las cámaras de la televisión porque son los morenos, los negros y los viejos, fundamentalmente, los que siguen con el agua al cuello. ¿Cuántos muertos para aprender?