Hoy, en Maputo, la capital de Mozambique, hacía calor; y la lluvia tórrida no mermaba las ganas que el paisanaje podrá tener de un fresquito como se consiente al sol del mediodía de mi pueblo, también hoy. En Mozambique no mola la Navidad. Aquí, sequedad y frío.
¿Por qué me tengo yo que evadir y recogerme en lugares tan ajenos, en trópicos tan lejanos y entre gente tan distanciada de la luz de los turrones y felicitaciones tan abundantes?. ¿Cuántas felicitaciones me han llegado? ¿La felicidad se transmite felicitando?. ¿En razón de qué tengo que viajar al sur con lo agustito que se está al norte de África?
Tu vas, te compras una colonia de esas y las mujeres se empujan al desmayo o se derrumban posesas a tu lado; ¿cómo habré podido pasar casi todo un año sin colonia que me proporcione hembras tan fogosas como debilidatas? Y cuando iba a comprarla, me acuerdo otra vez del sur.
Miro las fotos de los tristes niños y niñas mozambiqueños y me sigo acordando de aquella copla argentina que cantó Atahualpa Yupanqui:
Tengo una colonia que no me borra el olor.