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Un nuevo perfume acaba de lanzarse de cabeza al mercado, para la cabeza del mercado: Agua de Narbona.
Yo ya lo venÃa predicando desde que aprendà algo de aguas belgas de Chaudfontaine y Spa, desde que bebà por vez primera agua de Acebo, desde que me interesé por la fÃsica y por la quÃmica del agua, desde que permanezco desolado por las respuestas mágicas, infinitas y desagradecidas que a diario nos ofrece este planeta y la gentuza que lo pisoteamos.
VenÃa aprendiendo su valor adentrándome en la historia del agua de mi pueblo, después de conocer los entresijos de su ridÃculo y tosco precio, después, en fin, de reconocerme en horrorosa minorÃa de un impuesto por lo puesto.
Mis cuentas del 2001, en mi pueblo, me daban que gastábamos, de media, 176 litros por persona y dÃa, que comparado con el consumo de sólo cincuenta años antes, con el agua que hoy utiliza una persona al dÃa se cubrÃan las necesidades de diez familias de las de entonces. AsÃ, con 30 euros al trimestre, una familia de cuatro miembros paga hoy la misma cantidad de agua que consumÃa a diario todo un pueblo de mil familias. Asà de brusco, hasta el punto de creer que aún asà somos más guarros que hace cincuenta años.
Y no solo esa es la historia del agua de Narbona, que también ha definido con exquisita precisión las tareas del urbanismo respetuoso de los arroyos, de las crecidas, de las lluvias, de las olas,… del agua en todas sus extensiones y propiedades; repito sin estulticia: extensiones y propiedades.
Como recordatorio amargo y distante, el agua predica sin éxito separadas lecciones; no sé si por que somos torpes o porque somos olvidadizos.
La ministra Narbona, ha expuesto a la intemperie del consumismo pudiente que el agua abusada debe tener un mayor soporte económico, que en lengua casera significa que el que derroche agua debe pagarla más cara; me parece injusto, deberÃa pagarla con la cárcel que asà se paga ya algo del desconcierto urbanÃstico.
Porque si no, los ricos tendrán agua y los sedientos serán pobres.
No es otra cosa la que ya tenemos, ¿tal vez sea otra la que meremos?
Goyo
06-nov-06