¿Recuerdas aquel racarraca de la máquina de escribir al entrarle la hoja y disponerla para aguantar los tipos? Eran como bruscas y graves notas sonoras, muy distantes en armonía a las que hoy nos anuncian que la aplicación del envidiado señor Gates está disponible.
Hoy, como muchos días, he encendido la máquina que me ordena los papeles y algunas ideas. Aprecio la comercial sinfonía anunciadora de la buena disposición y comienzo a cumplimentar el blanco de la pantalla: voy a escribiros un ensayo sobre la imbecilidad.
Lo hago porque somos pocos, muy animados (animados significa con alma, a pesar de mi agnosticismo), cómplices,… y así, la vergüenza del desacierto la reparto con esmero porque si desacierto fuera, recibiría las críticas más cariñosas. Lo hago pensando en Las Ideas.
Si fuéramos muchos, lo mismo las ideas eran pocas… o pobres.
Se aproxima la época de la esplendidez y magnificencia; hasta las empresas otorgan beneficios de estima incluso antes de conocer el balance definitivo del año. Pero mi empresa no estima que yo haga causado tanto beneficio como para mostrarse suntuosa; ya sabéis, soy maestro.
Luego, un tierno amigo me dice que negocia abiertamente el sobre con el proveedor de la cosa comestible; que el sobre, cuando lo abres, muestra un montoncillo agradable de billetes de banco al uso, que son para la armonía del conjunto. Y que también hay botellas de vino de los lugares más soleados y de las bodegas más húmedas. Y dulces sin azúcar. Y frutos secos del último otoño. Y carnes embuchadas en pimentón. Y otros muchos y selectos manjares, bebidas y regalías.
Y yo, por ninguna de mis condiciones me tropiezo con esas ofertas que dicen que ablandan el arresto o doblegan la voluntad. Será que sabrán ya que he conocido mi puesto gracias a http://www.globalrichlist.com/
Mi mejor regalo es que entra con nosotros Manolo Saco, que tanto como dice su apellido habrá escrito y habrá que tener más cariño con lo que escribimos.
Hoy he escrito una breve carta sobre una niña que busca a su desaparecido padre y también una notas a Amnistia Internacional para que las lea el rey de Nepal.
¿No es verdad que me acerco a la cátedra de la impericia?