Mi primera relación de alumnos en aquella lejana escuela de Quintanar de la Orden, estaba compuesta por veintiséis personajes inolvidables; en el caso de las niñas, la mayoría de ellas tenían la palabra “piedad” en su nombre, con una frecuencia realmente inusual. Decías “piedad” y acertabas; incluso el diminutivo “piedaíta” funcionaba. Después observé que muchas niñas de mi pueblo se adornaban con el término “prado”, que las de Cáceres se protegían bajo la “montaña”; y, mis amigas de Almendralejo, en su tiempo, me informaron que ninguna familia escapa de la obligación de tener otra “piedad” entre sus miembras. Era, por así decirlo, una especie de autobusito contratado para publicitar que la Virgen existe, y que por tanto, no te preocupes moza.
Así que esta nombradía revela en gran parte el interés declarado de los adultos que decidieron cómo llamar a su prole femenina para incluirlas en el grupo de la gente sencilla, normal, corriente,…
Claro, el inconveniente puede causarlo el prejuicio ese que dice que de la gente corriente no puede esperarse lucidez. No estoy de acuerdo; puedo recomponer un rosario de nombres tirando a pijo que, en las personas que lo soportan, aún está por ver la dignidad de lo simple.
Yendo un poquito más lejos, una madre sencilla, con nombre ritual y con status de gente del glorioso montón, ha mostrado -para mi opinión- la simpleza más elevada que resume y amplifica la esencia y el alcance de esta vergonzosa crisis. Ya ves, Piedad, qué bien has aprendido en tus ánimos lo que es la usura y el descaro bancario. Gracias por definir tan bien tus sentimientos; pero así somos de corderitos: nunca hemos ido con la intención de engañar a los bancos.
Quizá haya que hacer bien pronto alguna excepción.
Goyo
21-ene-09