Observo que suele ser cada día más frecuente la aceptación de que la disposición espacial de las personas que se reúnen para decidir algo, tiene mucho que ver con el resultado de la decisión.
Ya lo descubrieron los griegos al utilizar el ágora y el diálogo peripatético, lo practicaron con cierto éxito los romanos en el senado y lo modificaron a su antojo agustinos y escolásticos para gloria adversa de los principios evangélicos.
Recordad por ejemplo las disposiciones arquitectónicas del mensaje de gobiernos teocráticos, monárquicos o dictatoriales: se planifica el espacio para que se muestre evidente que sólo hay un artista que emite el mensaje y otros muchísimos acondicionados que han de tener u ostentar una doble disposición: la de escuchar y la de ser impedidos para que puedan reaccionar ante el emisor. Así se impone el dogma, se edifica la verdad única y se asegura la obediencia.
No obstante, ha habido momentos históricos de cercanía al auditorio; la Iglesia, que fue una de las instituciones más avispadas, introdujo arquitectónicamente el púlpito lateral; era ello una muestra de tibieza en la distancia y de humildad en el traslado de mensaje, de hombre a hombre, sin necesidad de lanzarlo desde el altar; claro está, de nadie feligrés se espera que levante la mano para pedir la palabra. ¿ Quién va a tomar diálogo de lo que el Espíritu Santo pone en boca del sacerdotiso? (¿Os dais cuenta que para los monoteístas no ha sido nada bueno el papel de la sacerdotisa?)
Un caso de evolución más acusada se fijó en la estructura ocupacional de los escaños del parlamento inglés: el que habla se encuentra en el centro de todas las miradas, en la cota baja del relieve de la sala y cargada su espalda de apoyos; a la vez, tiene de frente y a mayor altura a todos sus adversarios. Creo que una de las disposiciones arquitectónicas más acertadas para asegurar libertad a los valientes.
Así cuando uno asiste a una reunión donde, los unos se ponen el alto, con micrófono y con disposición de “enterados”, me alimento de rabia y pienso que debe ser pronto el tiempo en el que les entre miedo por lo que dicen y por lo que no dejan decir a los que, aparentemente, están más bajos, callados y sumisos.
Así pues, señores arquitectos, cada vez que diseñan un altar democrático, un foro de sordos o una asamblea al uso, están ustedes participando de chabolas del diálogo por muchos dineros que tapen sus dictadoras líneas.