Más impuestos fraternos

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El miedo de aquellos súbditos medievales a que se presentase «el tío del caballo y del saco», sin avisos ni plazos, a recoger parte de las cosechas que habían producido las tierras del clero o de la nobleza, con el trabajo y las condiciones de miseria permanente de la gleba, debe haber marcado algún rasguño genético en muchas de las capacidades intelectivas de los ciudadanos de la actualidad.

No está demás insistir entonces en que el significado de la palabra «súbdito» arrastra obligaciones y dependencias indiscutibles de la persona humana hacia el poderoso, mientras que la palabra «ciudadano» almacena derechos humanizados que el poder debe garantizar. Esto que parece tan sencillo, lo sigo creyendo ignorado en el entendimiento de buena parte de la ciudadanía.

Diezmos, alcabalas, tercias, excusados, sisas, portazgos,…eran los nombres de las obligaciones impositivas medievales para que los nobles siguieran siendo más nobles, la corona tuviera más cabeza y el clero tuviera más de todo. El público sabio y callado se revelaba entonces en escasas ocasiones, incluso creaba entelequias vengativas y justicieras para serenar sus ansias de trato humanizado; por ejemplo Robin de los Bosques.

Esta inveterada costumbre lo mismo ha sido capaz de modificar la capacidad de comprensión de muchas mentes actuales: hay personas que gozan de una atención exquisita procedente de los servicios sociales que soportamos entre todos -unos más, otros en menor cuantía-, algunas de tales personas, son incluso ajenas a retenciones o aportaciones fiscales y, sin embargo, manifiestan y muestran rechazo innato a la palabra «impuesto». Reciben de todos y protestan porque al resto se les va a seguir obligando a ser fraterno para paliar así sus escasos recursos económicos. (¿Para cuándo una Ley de la Fraternidad?)

Algo habrá que hacer en casa del que recibe subvenciones, primas, deducciones, becas, ayudas,… y provocan la locura de declarar ante Hacienda Pública menos cantidad que cualquier asalariado. Para que el INRI se escriba con más mayúsculas, protestan más quienes no van a sufrir aumento impositivo. Este frecuente hecho, debemos creer que se debe más a la estulticia sórdida del insolidario, que a la torpeza argumental de los que creemos en la Justicia Distributiva

Yo creo que esa actitud insana, viciada y venenosa debe ser catalogada como «delito social» en un buen código ciudadano. Porque hiere a la cordura, por ejemplo, que un sencillo pensionista, que no tiene otro ingreso que su escaso salario distributivo, manifieste rechazo a la noticia de que las rentas altas hayan de someterse a un aumento de la cesión fiscal (me jode llamarle «presión fiscal»).

Es posible que debamos mostrar comprensión con su ignorancia; pero en este campo soy tremendamente desconfiado: más creo que se trata de un ancestro que despierta cada vez que suena la palabra «impuesto». O bien quizá el rechazo a todo lo que huele a impuesto se deba a la extraña condición que disfrutan, en general, los trabajadores y pensionistas si comparamos sus declaraciones a Hacienda con las declaraciones de los empresarios.

Ancestro que alimentan, engordan y clenbuterolizan, precisamente los modernos que huyen de lo cercano a la solidaridad.

De estas resonancias de caverna se siguen alimentando muchos personajes políticos; lo que a su vez provoca el desprestigio de la cierta clase política, de cierta clase obrera y de cierta condición ciudadana.

Goyo
09-sep-09