Casi todas las mañanas, el corto viaje me lleva a la escuela; suelo escuchar con mucho interés las noticias que inician la jornada y no desprecio los descansillos donde aparece la poderosa banca publicitándose -“Quien quiere, puede”, afirma convincente un anuncio- y, otro de ellos, lo hace recogiendo una sabrosa/sosa y remilgada conversación entre un abuelo y su nieta.
— Margarita -parece que va a decir: Margarita, está linda la mar; y el viento lleva esencia sutil de azahar…- que acabo de abrirte una cuenta en tal sitio… y la ignorante criatura no entiende eso de “abrir una cuenta”, ni con qué llave se abre, ni dónde está la ventana, ni nada de libreta, ni nada de nada del diabólico arcano bancario. Y el abuelo se recubre de paciencia que rebosa con ternura explicativa, y le recuerda a la nieta que la casa que tiene él y la abuela, la tiene porque allí, en ese sitio, se guarda el dinero para cuando se necesite, “…y si no lo tienes, te lo presta”.
— ¿ Y a mí me va a pasar lo mismo ? -le inquiere la ignorante criatura-
— ¡ Pues claro que sí !-responde el abuelo ufano. Y cosa así pero más aguda de análisis y consecuencias presenta el anuncio mañanero en el que todas la niñas pavas de Extremadura podrán adquirir los primeros pasos para aprender -con los respectivos lamentos adultos- lo que es una hipoteca. Naturalmente, todos los mayores torpes de Extremadura memorizarán el consejo mientras acompañan a sus nenes a la escuela.
El abuelo presenta un mensaje experimentado y cariñoso de esta sociedad vieja que nunca acaba de aprender; habla a su niña dándole consejo de hombre que ha vivido y entiende que ella debe también aprender a hacerlo. Los sabios dicen que así no se avanza, no se vence el riesgo, no se aprende del fracaso
Ya no me asombra que los bancos españoles hayan descubierto que las hipotecas no solo se levantan sobre bienes inmuebles o tesoros reconocidos, sino que se edifican sobre las personas que se esclavizan de por vida y dejan en herencia tan maldita operación. Lo que ahora me amenza, es la duda de cómo ya saben los bancos que a esa infancia le depara el mismo futuro que a sus abuelos.
Goyo
08-nov-10