Hay cosas que permanecen repitiéndose con ritmo violentamente pausado; por ejemplo, el incendio de nuestro Cerro de los Pinos. Nuestro y del personaje o grupo que anualmente se embadurna de asco al árbol y prende el pasto y provoca el incendio. Y hay maestras y maestros, y otros útiles sociales, que anualmente convencen a la chiquillada para que en una clara mañana se recomponga el castigado paisaje con arbolitos nacientes y esperanzas inocentes. El ying y el yang de la ecología cacereña. Otro día trataremos la pareja del calerizo interno y de la rivera externa.
Luego hay otras cosas que cambian. Por ejemplo, el despertar de los gusanos de seda, esos bichitos cilindrados que apenas causan repelús en la infancia. Duermen los gusanos porque las abuelas han guardado celosas los huevecitos que las mariposas han adherido a las paredes internas de la cajita de cartón donde adosaron el capullo. Las abuelas controlan durante nueve meses que la caja no se pierda y convive en el hogar con el calor y el abrigo merecido, que es muy diferente al que rodea a las moreras, que son los árboles que en exclusiva fabrican el alimento a los gusanos. Nacen entonces los gusanos cuando el calor ambiental acumulado alcanza cierto límite, que debiera ser el mismo que el que han acumulado las ramas de las moreras para reventar con brotes. Es decir, se requiere un estrecho ritmo de conciliación entre gusanos y moreras.
Lo que sucede es que no siempre ese calentamiento global que está en boca y en pluma de mucha gente coincide con el calentamiento hogareño. Y nacen gusanitos hambrientos sin que hayan nacido las primeras hojas verdes de las moreras. En esta tesitura, se mezclan malamente la desazón de la abuela, la incomprensión de los nietos y la hambruna gusanera.
Después de este episodio me nace ahora la reservada duda: por vez primera, grupos de adolescentes han protagonizado una manifestación para exigir de esta sociedad que contemple como problema vital las repercusiones que tendrá el cambio climático en sus vidas, en su futuro; que lo mismo les pasa como a los gusanitos, que aparecen con una dosis falseada de protección, calor y bienestar y las abuelas no alcanzaron o no quisieron conocer las consecuencias del desajuste climático en sus retoños.
Pero ustedes sabrán mas, que carecen de dudas.
Goyo
27-03-19