Sobre júbilos y prestaciones

prestamista

Lo que se dice verlo, no lo hemos visto; pero ya habrán leído ustedes que incluso los más poderosos pontífices, los más grandes emperadores, incluso aquellos reyes que gozaban del poder que la divinidad les otorgaba, dependían del capricho de los prestamistas. Ser prestamista es la condición oculta que se obtiene sin necesidad de ser banquero, sin necesidad de titularse en Finanzas; algunas personas que trabajan en los bancos lo sabrían explicar mejor que yo.

Antes de ponerse una persona la cara de banquero conviene al cuerpo ponerse el alma de prestamista. En esencia, ser prestamista requiere de una actitud obediente -y superadora- al consejo bíblico de “ojo por ojo”; digo que también superadora porque un buen prestamista no se conforma con un ojo, sino con tres o cuatro, por lo menos. El prestador cede una moneda pero el prestatario siempre está obligado a equilibrar la balanza aportando más peso. Extrañamente, este radical desequilibrio se ve “justo”, muy a pesar que la Justicia utilice el símbolo de la balanza equilibrada como paradigma contundente de lo que debemos entender por tal virtud. Nosotros interpretamos esta limpia cuenta utilizando el sabio dicho aplicado al caso: el préstamo siempre sale “por un ojo de la cara”; aunque en realidad nos dejan la vista tan clara como los bolsillos.

Todo esto lo vuelvo a repensar después de repasar muy ligeramente la historia de los principios morales y religiosos aplicados a esta incomprendida tarea de prestar dinero. Abundan los pensadores que defendieron la persecución de la usura: tuvieron el mismo éxito que jugando al fútbol; usura, esa descarada moza, sigue persuadiendo con veneno firme.

El caso es que yo lo que quería decir es que ya tenemos a un banquero menos, no sé si a un prestamista retirado. Es un señor recién maduro, al que una entidad bancaria -cuyo nombre recuerdo con nitidez- le concede una sorpresa de verdadero júbilo: un sueldo mensual de un cuarto kilo de euros de por vida. Para hacerme mejor a la idea, el sueldo jubiloso de ese señor para este mes de octubre es igual de grande que el sueldo que recibiría un mileurista a lo largo de veinte años: ese señor “cuesta” en un mes lo mismo que lo que cuestan al mes 250 trabajadores “normalitos”; luego ese señor “vale” más de doscientas veces la normalidad, luego por eso habrá que entrarlo en júbilo, que de ahí viene la palabra “jubilación”.

Seriedades aparte, ignoro si tal señor habrá estudiado mucho, escrito un poema o atiende a sus gallinas; algo extremadamente importante ha debido hacer y estar haciendo para obtener tan cuantiosa ficha de retiro. La duda que me queda proviene cuando trato de averiguar cuál sería su sueldo antes de la hégira.