La contemplación de este primer daguerrotipo, que muestra la amputación de la pierna de un sargento en el campo de batalla, quizá deba hacerse después de haber leído y pensado.
Creo que una de las distinciones -quizá radical- entre el pensamiento político de la izquierda y el pensamiento político de la derecha es que para ser de izquierdas hay que ser esencialmente valiente y para ser de derecha basta con ser descarado. Evidentemente, gente habrá que desee aprovechar este corto y simplón «versus» para defender que lo propio de la izquierda radica en el descaro y la derecha funciona alimentándose de valentía en crudo.
Por ejemplo; decir y defender sin despeinarse que nuestro Estado actual requiere reducir-eliminar las administraciones autónómicas, diseñar la desaparición de las diputaciones provinciales, asegurar que -como lo hace el PP extremeño– si asciende al poder decretará de inmediato la desaparición de las Mancomunidades,… requiere fuertes dosis de valentía. Y a lo mejor, estas preocupaciones por tales decisiones, esta buena gente las muestra como paradigma de preocupación hacia el vecindario sencillote, obrerote y zote. Pudiera ser; pues hasta la izquierda que se dice más radical ya no cree que en la mente del obrero explotado crece la inteligencia más elegante, la sumisión con mayor grado de rabia y la posibilidad de mayores explosiones de bombas de racimo. La derecha sigue confiada en que la adormidera del fácil consumismo y el engaño del obsoletismo programado de esta modernidad, bastarán para nublar el cabreo y reconducirlo.
Es normal; es decir: obedece a la norma. Descompuesta y escondida la Internacional Socialista, descoyuntada la izquierda europea incluso en su versión ligh de lo que se dice «socialdemocracia», no queda otra cosa que ofrecer que pan y circo a la desfachatez, al triunfo de la caradura, al asentimiento de la ironía egoísta y al aplauso -ya sale hasta sin realizador que lo indique- contra todo lo que suene a «socialismo«, a «estado de bienestar«, a «protección social» y demás familia.
Ni siquiera este tuerto panorama se merece la mala gente; aunque la hubiese de por sí, cuesta poco asegurarle cuidado en la enfermedad, protegerla en el derecho a opinar libremente e incluso intercambiarle una sonrisa por su desprecio.
Es otra oleada invernal. Nos dirán que, para mejor prestar los servicios que requiere una sociedad moderna y avanzada, se han de hacer con menos esfuerzos económicos y administrativos, lo que exige hacerlo en núcleos urbanos -no se atreven a llamarlos ciudades- que sobrepasen determinado número de habitantes. Sepamos que ello significa decir -valientemente/descaramente- que trataremos de hacer desaparecer a los pueblecitos al ritmo, modo y modelo de la vieja Castilla.
Creo que este es el ejemplo más preclaro de lo que podrá llamarse «Política de Amputaciones«; no habrá dinero para la anestesia general, nada de pijaditas epidurales,… a lo vivo. Así que hay que ir preparando media botella de whisky y una vieja camisa que sirva de trapo para morder.
Dedicado a mi buen amigo Franesco.
Goyo
17-ene-11