El derecho a una vivienda digna que se airea en nuestra sociedad, es una expresión tan acertada como inválida. Apenas podemos ponernos de acuerdo en el concepto de vivienda; pero mucho más malamente vamos a concordar sobre el concepto de dignidad. La evidencia de esta calamidad conceptual -creo que sigue muy oscuro para todos el concepto de dignidad- es en verdad la esencia íntima del la crisis del ladrillo y causa primera de la penuria social que sigue alimentando este periodo de crisis. Ser indigno comienza dignificar a muchas personas.
Las propuestas asamblearias de la gente indignada -¿sin dignidad?- han resumido en tres los principios reivindicativos relativos a la necesidad de vivienda. Muy pocos aunque muy claros; si son claros puede que se hayan quedado en medio disquisiciones interesantes aunque oscuras. ¿Por qué tan pocos siendo tan larga y ancha la necesidad?. Aceptemos la brevedad como tesoro y alimento de las reflexiones.
1.- Expropiación por el Estado de las viviendas construidas en stock que no se han vendido para colocarlas en el mercado en régimen de alquiler protegido.
2.- Ayudas al alquiler para jóvenes y todas aquellas personas de bajos recursos.
3.- Que se permita la dación en pago de las viviendas para cancelar las hipotecas.
Debido a nuestra cultura hispana sobre la propiedad, el fenómeno de la expropiación suele ser bien entendido por aquellas personas que van a ser beneficiadas como consecuencia de esa acción y muy mal comprendida por las personas que pierden su propiedad íntima a cambio de un dinero que siempre les parece insuficiente. En otros países, este sentimiento no provoca tanto rechazo; por ejemplo, en Bélgica, cuando los poderes administrativos deciden que un nuevo colegio se necesita para una zona urbana, se elige el centro geográfico de la zona afectada, se expropian las viviendas, almacenes o locales que convenga a la dimensiones que marca la normativa, y los afectados por la expropiación quedan tan satisfechos porque de ordinario, las contraprestaciones son en verdad lo suficientemente satisfactorias como para ayudar a olvidar los retazos sentimentales. El caso belga se sublima cuando es una nueva línea férrea la que requiere expropiaciones: todo el mundo quiere que la nueva vía pase por su propiedad. Así que yo hubiese sugerido primero una nueva cultura -pública/privada- afectiva favorable a la expropiación, lo suficientemente generosa para que en verdad seamos algo más creyentes en esta cosa tan difícil que llamamos «público».
Hace justamente un siglo, en 1911, saltaron las alarmas es este país porque se estaba edificando viviendas a un ritmo superior al ritmo del crecimiento demográfico; allá por el 2008 los cálculos que se efectuaban en nuestro país ofrecían la perspectiva de llegar al 2015 con una tasa de viviendas igual a la tasa de vehículos a motor: uno por habitante. La expropiación de los que tienen, no asegura la apropiación de los que carecen. En nuestro afincado y sagrado derecho a la propiedad, no existe tendencia declarada a impedir.
El punto 2 referido a las ayudas para el alquiler, es de tan pesada cordura, que en realidad serviría de ayuda a un primer paso que nos facilite entender que lo mismo que hay colegios y hospitales que albergan temporalmente a ciudadanos mientras se les presta un servicio, habrá de instituirse en respeto al derecho proclamado, de asegurar a los menos pudientes y/o a los accidentalmente necesitados, una «protección vivencial«, una «solución habitacional«, o cualquier iniciativa que satisfaga cualesquiera de las variadas situaciones que afectan a las familias o a las personas individuales. Eso sí, si hay que consagrar la vivienda pública de alquiler, seamos sagrados a la hora de respetar instalaciones, limpieza, decoración y trato cuidado del bien que se facilita. Una precaución, una caución y una inmediata repercusión en la Agencia Tributaria y en las cuentas bancarias personales deberían regularse. Este es un desafío asumible fácilmente por nuestras administraciones, si es que sigue pujante la interpretación de que el político ha de estar inclinado hacia la organización, gestión y administración de lo público y no abandonarse a la falsa baratura de «lo privado».
En el punto tercero me encuentro flojo. Hemos chocado con los conceptos chirriantes y desengrasados del Derecho Romano, que parecen tener más rigor que los axiomas matemáticos. Es curioso cómo cambia la Filosofía a lo largo de las épocas, cómo se discuten las teorías físicas, cómo se ponen en discusión creencias médicas y cómo de inoxidable e inalterable siguen los fundamentos del «derecho»: los mismos siguen siendo los mismos. No es lo mismo dación que donación, hipoteca que préstamo, vinticatio que actio legis,
Y lo que hecho mucho en falta, proviene de la ausencia de críticas de corte ecologista en contra de los atropellos que se han fomentado contra el buen orden del territorio y el respeto a la vida diversa que no ponga en peligro especies vivas.
Muy regulín por los concentrados; no está bien que a algunos se les ha pasado por la realidad ligar el problema de la vivienda con la problemática medioambiental y urbanística; estaba muy claro, sólo había que preocuparse por el derecho a un hábitat digno, estaban a un paso de adelantarse a propuestas livianamente sostenibles.
Para la próxima.
Una banderita para los olvidadizos.
Goyo
09-jun-11