Mirad bien la imagen por si pudiéramos así ahorrar palabras; no ya por obediencia impura al fomento de la austeridad, sino porque la información que deja el pedrusco en su entorno, ofrece una lectura completa, ejemplar, heurística y repleta.
Podemos imaginar que la playa arenosa oculta una inmensa montaña de rocas duras, estratificadas y dispuestas en desequilibrio debido a las anormales inclinaciones y tendencias que así se presenta a la vista de cualquier profano y del mejor erudito en Geomorfología.
Acudiendo al paradigma del “iceberg”, podemos aventurarnos a decir que quizá mucho más de nueve partes siguen ocultas bajo la arena, de rocas quizá más defectuosas; que lo oculto sostiene y mantiene la misma condición que muestra lo emergente. Ni tan siquiera el agresivo y constante mar mareado ha podido simular el llamativo desequilibrio. La roca muesta la huella y la necesidad. El pasado y su gestión la han forzado a tomar esta calamitosa apariencia que, de seguir así, bien pronto hubiésemos visto la verticalidad inoportuna al borde del abismo que la arena cubre.
Pero ahora, si es que llegamos nosotros con los suficientes apoyos populares, nos corresponde la aclamada misión de enderezar entuertos, de resplandecer en ajustes, de nivelar despropósitos,…
No es tarea fácil porque estos que se han dedicado a obedecer a los mercaderes, a permitir que los banqueros cobren sueldos insultantes, a recortar trabajos para engordar las cifras de parados y a ocultar gastos de lujerío y derroche institucional, eshtosh, -digo- son los que en verdad nos van a obligar a enderezar, equilibrar y reflotar la economía de este país para gloria bendita de las futuras generaciones, que contemplarán cómo somos capacer de navegar sobre una balsa de piedra.
El discurso está hecho; ¡ viva el discurso!.