Ya está definido el año para la ciudad: el embalse de agua limpia sigue que lo vierte: más no cabe –manque las correntías de agua sucia se sigan mezclando con los arroyos-. Con lo primero, bastaría para lo que es lo primero. No obstante, se añaden cien bicicletas y seis estaciones que amparan los deseos verdes, el mostrarse ciudadano de país bajo… y la Plaza Mayor.
La Plaza Mayor de rinde de nuevo a otro diseño y la gente de la cultura diversa, afila lápices porque se espera mucha cosa europea dentro de media docena de años y en los años que median. Sí, eso de prever a modo europeo es una conquista de los bárbaros del norte, que nosotros los hispanos pasamos casi medio siglo obedeciendo a lo imprevisto y ya asumimos como señal de los mejores tiempos el prevenir. La prevención es también signo de rico pobruno; porque en casa del pobre,… pobre: reventar antes que sobre.
Cualquier plaza se ajusta al diseño de dos filas de casas que se engordan en la separación, como un aneurisma urbanístico que provoca y fuerza el encuentro de los habitantes y de las ideas; y allí se intercambian saludos, envidias, informaciones, garbos, compras, ventas y poderes. Para un mejor resumen: poder. La plaza administra el poder, lo distribuye y lo recrea. A la plaza le da igual que la bendición le venga del santo que protege a los ganaderos como de la virgen que la visita en el mes florido. Incluso la plaza se bendice con la música diversa y se sanciona con calimocho y cubata.
Por eso es un acierto plantarse ante las eternas críticas: “hemos concebido la plaza para las personas, no para los coches” dice la arquitecta responsable del nuevo diseño. No debo olvidar que toda la Arquitectura española de este siglo gira alrededor de la resistencia de los materiales y del funanbulismo de las NNSS, después habrá tiempo de hacer masters de Urbanismo. Habrá por tanto muy pocos coches, por lo que no deberíamos tener miedo a plantar árboles en ella y así, se podrían amarrar las bicicletas,… como en África.