Los hijos del cambio climático

Yo tenía un añito y una quincena cuando Wallace Smith Broecker comenzó su nuevo trabajo en la Universidad usática de Columbia; y justamente el año que me casé, el señor Broecker aportó a la ciencia la expresión “cambio climático”. Fue justo el año en que murió Franco así que, preocupados que estábamos por los posibles cambios internos y rebozados que nos tenían con aquello de “que inventen ellos”, el corpus universitario hispano siguió ausente de las nuevas -y peligrosas- aportaciones científica que siempre promocionó la revista Science.

Llevamos pues treinta y tantos añitos creciendo a la sombra de un concepto cada vez más tenido en cuenta. Es verdad que aún quedan los poderosos fuera del grupo; pero yo guardo la esperanza de que cederá, más pronto que luego.

De las tareas que nos encomienda el padre, parece que la primera consiste en no soñar con que las actuales energías renovables van a suponer la sustitución de la energética del petróleo. El segundo desafío es volcar los esfuerzos científicos en descubrir técnicas que aminoren el impacto del CO2 ambiental, incluso la forma de eliminación de excesos. Y la tercera, que son los océanos -más concretamente el Atlántico Norte- las cunas donde se mecerán las futursa crisis climáticas y alimentarias.

Yo no me inclino con tanto pesimismo y apunto sobre el desafío que debe hacer la ciencia para descubrir medios viables de fuentes energéticas derivadas del magnetismo; en ese campo energético me apetece descansar las esperanzas.

Goyo

16-jun-09

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