Una vez escribí una columna con este mismo título. Sucedió que fui a gestionar cosa de notarios –tú te compras una casa pero tienes que contarlo en público, eh?. La planta de oficinas estaba en un edificio de la Plaza de la Cruz de los Caídos; ahora está en otro edificio más moderno que se llama “Europa” –para que veáis que no se pierde la comba-. Había una sala de espera cuadrada y una persona distribuidora de consultas y clientes que regulaba el tráfico de abogados, compradores, vendedores y pardillos. Y había también en esa sala, sobre un pedestal, una estatua de bronce oscuro; y como había más personas que asientos, yo estaba de pie. Como no sabía romper el hielo del silencio de los que esperaban, me atreví a acercarme a la estatua, que era una señora de muy buen ver por lo que se ofrecía de cintura para arriba; ya no recuerdo si tenía vendados los ojos o miraban al infinito. Uno de los brazos, también desnudo, portaba una balanza.
La curiosidad era muy grande, todo implicaba que también los brazos de la balanza estaban libres.
Cuando el señor distribuidor se levantó de su observatorio para lo que fuese menester, yo saqué de mi bolsillo una moneda de cinco duros y la deposité cuidadosamente sobre un plato de la balanza; al soltarla, instantáneamente se inclinó hacia donde estaba la moneda. Cambié la pieza de platillo y ocurrió exactamente lo mismo, pero al revés.
Sobre este fenómeno físico y sus posibles consecuencias jurídicas, es sobre lo que reflexionaba en aquel artículo, que hubo de ser leído por el cuerpo notarial porque, al tiempo, cuando repetí visita, aunque la señora seguía sosteniendo la balanza, no me permitió experimentar de nuevo sobre sus platillos: habían soldado el fiel.
En estos días, han aparecido lo que se llaman las balanzas fiscales, con división de opiniones en los cuerpos pesados. El tema apasiona, cabrea, tuerce sonrisas y llega incluso a las instancias económicas universitarias –¡por fin!-.
Mi temor fundamental es que ya se ha anunciado la formación de nuestro propio grupo “G-ocho”, formado por las ocho comunidades que al parecer son las que ponen más monedas en los platillos. No debemos impedir que se reúnan; eso sí, esperemos que su menú sea algo más austero que aquellos 19 platos del Okkahido. Tampoco deberían acordar muchos compromisos para cumplirlos a partir del 2.050.
Goyo
17-jul-08