Nunca ha estado sereno el ambiente del intercambio; pues para lograr el sosiego y equilibrio de la oferta y la demanda, se requiere concesión generosa y dispuesta a ceder un bien propio -por ejemplo, dinero o tomates- por otro bien que es ajeno -por ejemplo -tomates o dinero- y así, el el clásico trueque queda corrompido por la pareja vendedor/comprador.
He asistido y contemplado en estos días de barullo económico (al lío, dicen los hábiles sin escrúpulos) a un incierto dominio de las reglas de la compraventa: dicen que hay productos escasos y que hay abundancia de querer tenerlos; por tampoco/por lo tanto, los precios son desconocidos por los compradores y dominados por los vendedores. El que vende tiene el secreto y la voluntad de imponer lo que vale el kilo, por lo que el que se acerca a comprar, se contamina, se pringa, de sorpresa desagradable (de ahí, pringao).
El grupo de los que pringan ha adelantado seis meses el agosto; y los viven en la constante y desagradable, sorpresa claman al gobierno una primavera agradable: o bien que reparta ayudas o bien que sujete los clarividentes abusos. Si hay ayudas, provienen de los impuestos -que nadie desea aumentarlos- y si hay sujeción, los poderosos reclamarán la libertad de mercado.
Siendo que el gobierno ha de ser de todos, queda la salida de volver a admitir que el capitalismo le gusta a la gente como a un tonto un lápiz.
Goyo
24-03-22