Ahí está el refugio,… es como la gran cabaña en la que la tribu deposita sus hijos y sus esperanzas. Las escuelas gobiernan buena parte de lo que ligeramente llamamos “educación”, ya que tanta prisa ambiental no nos capacita para volver a flexionar (re-flexionar) los argumentos e introducimos en ese saco educativo cualquier cosa a la que deseamos remediar. Aprender a leer parece que es labor que se consigue con cierto éxito, el aprendizaje de la escritura me parece mucho más complicado, aprender a pensar suele producirse nunca o bastante tarde.
Sin embargo, aprender a comportarse al modo idílico que pensamos los adultos que puede y debe comportarse la gente menuda, es otro de los aprendizajes más discutidos, luego es un terreno abundante de dudas. El trato con los iguales se rompe de forma natural desde la más dura infancia: “yo soy mayor”, “yo soy más grande”, “yo soy mejor”,… son los resultados inequívocos del fomento de la distinción en función a la edad, al tamaño, a las habilidades. También naturalmente, en esa dura y tierna infancia, se aprecia el nacimiento de la diferencia de trato por sexo; lo que todavía no sé es cuándo se ha sembrado esa semilla.
Claro, si hacemos caso a los ambientalistas (todo se debe y lo explica el ambiente) se nos derrumba la ilusión de educar a los pequeñines en el terreno de la no discriminación por sexo. Si hacemos caso a los adenistas (todo viene determinado por el ADN, todo es hereditario) el derrumbe es aún más desastroso. En el medio parece que nos encontramos aquellos que nos arrimamos al mundo educativo, confiados en que allí, en la educación, está el paliativo.
Si es por educación, nuestra cultura depositó hace mucho tiempo la responsabilidad de los primeros pasos sociales a la madre; incluso en los lacerantes casos de huérfanos y hospicianos de primera infancia, es en la mujer en quien depositamos la complicada tarea. En el cada vez más amplio servicio de las guarderías infantiles, el personal adulto masculino apenas tiene relación directa con el cuidado y educación de los bebés. En el perfeccionado y regulado mundo de la educación infantil, el porcentaje de personal femenino supera en mucho al 90%. Cuando las niñas y los niños llegan a los seis años, siguen educándose bajo protección y guía mayoritariamente femenina; y, durante todo este tiempo, seguimos responsabilizando a las madres que sean ellas, fuera de la escuela, -o las abuelas- quienes atienda y dirijan los complementos educativos.
Muy a pesar de este predominio, ya están marcados, troquelados, integrados,… los valores que hacen a los varonitos más violentos. Si este defecto educativo no proviene de la educación, ¿de dónde proviene?.
Goyo
08-sep-09